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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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Los americanos interesados en la natación abrigaban muchas esperanzas en

Matt Biondi, un miembro del equipo olímpico de los Estados Unidos en 1988.

Algunos periodistas deportivos llegaron a afirmar que era muy probable que

Biondi igualara la hazaña realizada por Mark Spitz en 1972 de ganar siete

medallas de oro. Pero Biondi terminó en un desalentador tercer puesto en la

primera de las pruebas, los 200 metros libres, y en la siguiente carrera, los 100

metros mariposa, fue superado por otro nadador que hizo un esfuerzo

extraordinario en el sprint final.

Los comentaristas deportivos llegaron a decir que aquellos fracasos

desanimarían a Biondi, pero no habían contado con su reacción, una reacción que

le llevó a ganar la medalla de oro en las cinco últimas pruebas. A quien no le

sorprendió la respuesta de Biondi fue a Martin Seligman, un psicólogo de la

Universidad de Pennsylvania que había estado valorando el grado de optimismo

de Biondi aquel mismo año. En un determinado experimento realizado con

Seligman, el entrenador le dijo a Biondi que, en una de sus pruebas favoritas,

había realizado un tiempo muy malo cuando lo cierto es que no fue así. Pero a

pesar del aparente mal resultado, cuando se le invitó a descansar e intentarlo de

nuevo, su marca —realmente muy buena— mejoró más todavía. No obstante,

cuando otros miembros del equipo —cuy as puntuaciones en optimismo eran

ciertamente bajas—, a quienes también se les dio un tiempo falso, lo intentaron

por segunda vez, lo hicieron francamente peor.

El optimismo —al igual que la esperanza— significa tener una fuerte

expectativa de que, en general, las cosas irán bien a pesar de los contratiempos y

de las frustraciones. Desde el punto de vista de la inteligencia emocional, el

optimismo es una actitud que impide caer en la apatía, la desesperación o la

depresión frente a las adversidades. Y al igual que ocurre con su prima hermana,

la esperanza, el optimismo —siempre y cuando se trate de un optimismo realista

(porque el optimismo ingenuo puede llegar a ser desastroso)— tiene sus

beneficios.

Seligman define al optimismo en función de la forma en que la gente se

explica a si misma sus éxitos y sus fracasos. Los optimistas consideran que los

fracasos se deben a algo que puede cambiarse y, así, en la siguiente ocasión en la

que afronten una situación parecida pueden llegar a triunfar. Los pesimistas, por

el contrario, se echan las culpas de sus fracasos, atribuy éndolos a alguna

característica estable que se ven incapaces de modificar. Y estas distintas

explicaciones tienen consecuencias muy profundas en la forma de hacer frente a

la vida. Ante un despido, por ejemplo, los optimistas tienden a responder de una

manera activa y esperanzada, elaborando un plan de acción o buscando ay uda y

consejo porque consideran que los contratiempos no son irremediables y pueden

ser transformados. Los pesimistas, en cambio, consideran que los contratiempos

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