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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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externos tienen una importancia relativa similar, debemos concluir que las

fuerzas psicológicas internas que mueven al niño indisciplinado desempeñan un

papel determinante a la hora de aumentar las probabilidades de que emprenda el

camino que conduce a la delincuencia. Como afirma Gerald Patterson, un

psicólogo que ha seguido de cerca las tray ectorias de cientos de niños hasta llegar

a la juventud, « los actos antisociales de un niño de cinco años son el prototipo de

los actos que cometerá un delincuente juvenil» .

UNA ESCUELA PARA NIÑOS INDISCIPLINADOS

Las tendencias mentales que presentan los niños agresivos perduran hasta que

terminan teniendo problemas de uno u otro tipo. Una investigación realizada

sobre jóvenes convictos de delitos violentos y estudiantes de instituto

especialmente agresivos demostró que ambos grupos comparten las mismas

tendencias mentales. Son personas que, cuando tienen problemas con alguien,

tienden automáticamente a considerarlo como un adversario y extraen

conclusiones precipitadas sobre su hostilidad sin recabar más información ni

buscar formas más pacíficas de dirimir sus diferencias. Tampoco suelen

detenerse a considerar las posibles consecuencias negativas de un desenlace

violento (generalmente una pelea). Para ellos, la violencia está plenamente

justificada por creencias tales como « está bien pegarle a alguien que te cuaja» ,

« si evitas las peleas todo el mundo pensará que eres un cobarde» o « no es tan

grave darle un puñetazo a alguien» . Pero una ayuda a tiempo podría transformar

estas actitudes e interrumpir el camino del niño hacia la delincuencia. Existen

varios programas experimentales que han conseguido que los niños agresivos

aprendan a dominar sus tendencias antisociales antes de que terminen

desembocando en problemas más serios. Uno de estos programas, diseñado en la

Universidad de Duke, trabajó con un grupo de niños agresivos de la escuela

primaria, proclives al enojo. Las sesiones de entrenamiento duraron cuarenta

minutos y se dieron dos veces por semana durante un período de seis a doce

semanas. Ese programa les enseñaba, por ejemplo, que eran parte de las señales

que ellos interpretaban como hostiles eran, en realidad, neutrales e incluso

amistosas. También debían aprender a adoptar la perspectiva de los otros niños

para tratar de comprender lo que pensaban de ellos en los momentos en que

perdían el control. El programa también incluía un adiestramiento directo en el

dominio del enfado mediante una especie de psicodrama en el que debían

representar escenas que reproducían situaciones que podían hacerles perder los

estribos. Una de las habilidades clave que se les enseñaba para dominar el enfado

consistía en prestar atención a sus propias sensaciones, haciéndoles tomar

conciencia, por ejemplo, del rubor o de la tensión muscular —que acompañan al

enfado— y considerarlas como una señal de alarma que les indica cuándo deben

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