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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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niños agresivos suelen alternar la indiferencia con los castigos duros y arbitrarios,

una pauta que, comprensiblemente, fomenta la paranoia y la agresividad.

Pero no todos los niños agresivos son fanfarrones; algunos sólo son

marginados sociales que reaccionan desproporcionadamente ante las bromas o

ante lo que ellos interpretan como una ofensa o una injusticia. Todos, sin

embargo, comparten el mismo error de percepción que les lleva a ver burlas

donde no las hay, a imaginar que sus compañeros son más hostiles de lo que en

realidad son, a tergiversar los actos más inocentes como si fueran verdaderas

amenazas y a responder, con demasiada frecuencia, de manera agresiva, un

comportamiento que no hace sino mantener a sus compañeros más alejados

todavía. Los niños irascibles y solitarios son sumamente sensibles a las injusticias

y, en consecuencia, suelen considerarse víctimas inocentes que nunca olvidan las

múltiples ocasiones en que han sido reprendidos —injustamente, en su opinión—

por sus maestros. Son niños, por último, que, cuando montan en cólera, creen que

sólo disponen de una posible forma de reaccionar, repartir golpes a diestro y

siniestro.

Una investigación en la que un niño agresivo y otro más pacífico tenían que

contemplar juntos una serie de vídeos nos permite apreciar la incidencia de este

sesgo perceptivo. En uno de los vídeos, a un nino se le caen los libros cuando otro

tropieza con él, lo cual provoca las risas de un grupo cercano. El niño entonces,

visiblemente enfadado, sale corriendo y trata de atrapar a alguno de los niños que

se han burlado de él. La entrevista posterior reveló que, en aquel caso, los niños

agresivos consideraban plenamente justificada una respuesta agresiva. Aun más

elocuente si cabe es el hecho de que, en su valoración del grado de agresividad

de los niños que aparecían discutiendo en el vídeo, los agresivos siempre

consideraban que el golpeado era el más violento y justificaban plenamente el

enfado del agresor. Esta peculiar valoración da cuenta del profundo sesgo

perceptivo que aqueja a los niños desproporcionadamente agresivos, ya que

suelen actuar basándose en creencias de supuesta hostilidad o amenaza, y prestan

muy poca atención a lo que realmente está ocurriendo. El hecho es que, una vez

asumida la existencia de una amenaza, se lanzan inmediatamente a la acción.

Por ejemplo, en el caso de que un chico agresivo esté jugando a las damas

con otro y éste último mueva una pieza a destiempo, el primero interpretará el

movimiento como una « trampa» deliberada sin detenerse a considerar si ha sido

un simple error carente de toda mala intención. De este modo, el juicio del niño

agresivo siempre presupone la culpabilidad y no la inocencia y, en consecuencia,

su reacción automática subsiguiente suele ser violenta. Y esa percepción refleja

de hostilidad se entremezcla con una respuesta igualmente automática porque, en

lugar de decirle simplemente al otro niño que se ha equivocado, le acusara, le

gritará o le pegará. Y, cuantas más respuestas de este tipo emita el niño, más

automática será su agresividad y más estrecho el repertorio de posibles

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