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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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turbulencia y se ve sacudido de arriba a abajo y de un lado al otro como una

pelota de play a a merced de las olas.

¿Qué es lo que usted haría en esa situación? ¿Es el tipo de persona que se

desconectaría de todo y seguiría ensimismado en un libro, una revista o la

película que en aquel momento estuviera proyectándose, o acaso echaría mano

rápidamente a la hoja de instrucciones a seguir en caso de emergencia,

escudriñaría el rostro de las azafatas y los auxiliares de vuelo en busca de algún

signo de pánico o prestaría atención al sonido de los motores tratando de advertir

en ellos algún sonido alarmante’?

El tipo de respuesta natural que tengamos ante esta situación refleja la actitud

de nuestra atención ante el estrés. En realidad, esta misma escena forma parte de

una de las pruebas de un test desarrollado por Suzanne Miller, una psicóloga de la

Temple University, para determinar si, en una situación angustiante, la persona

tiende a centrar minuciosamente su atención en todos los detalles de la situación o

si, por el contrario, afronta esos momentos de ansiedad tratando de distraerse.

Porque el hecho es que estas dos actitudes atencionales hacia el peligro tienen

consecuencias muy diferentes en la forma en que la gente experimenta sus

propias reacciones emocionales. Quienes atienden a los detalles, por este mismo

motivo tienden a amplificar inconscientemente la magnitud de sus propias

reacciones (especialmente en el caso de que su atención esté despojada de la

ecuanimidad que proporciona la conciencia de uno mismo) con el resultado de

que sus emociones parecen más intensas. Quienes, por el contrario, se

desconectan y se distraen, perciben menos sus propias reacciones, y así no sólo

minimizan sino que también disminuy en la intensidad de su respuesta emocional.

Esto significa que, en los casos extremos, la conciencia emocional de algunas

personas es abrumadora mientras que la de otras es casi inexistente. Considere, si

no, el caso de aquel estudiante interno que, cierta noche, al descubrir un fuego en

su dormitorio, cogió un extintor y lo apagó. No hay nada especialmente extraño

en su conducta, a excepción del hecho de que, en lugar de correr a apagar el

fuego, nuestro estudiante lo hizo caminando tranquilamente porque, para él, no

existía ninguna situación de peligro.

Esta anécdota me fue contada por Edward Diener, un psicólogo de la

Universidad de Illinois, en Urbana, que se ha dedicado a estudiar la intensidad

con la que la gente experimenta sus emociones. El estudiante del que hablábamos

destacaba entre todos los casos estudiados por Diener como uno de los menos

intensos con los que se había encontrado, una persona completamente

desapasionada, alguien que atravesaba la vida sintiendo poco o nada, aun en

medio de una situación de peligro de incendio como la descrita.

Consideremos ahora, en el otro extremo del espectro de Diener, el caso de

una mujer que quedó muy consternada durante varios días por haber perdido su

pluma estilográfica favorita. En otra ocasión, esta misma mujer se emocionó

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