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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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(e incluso otros que la reducen a un 2%). En lo que se refiere a la adolescencia,

algunos datos sugieren que este promedio casi podría duplicarse, y a que más del

16% de las chicas de entre catorce y dieciséis años han sufrido un brote

depresivo mientras que el promedio, en el caso de los chicos, sigue siendo el

mismo.

LA DEPRESIÓN INFANTIL

Pero el descubrimiento de que los brotes benignos de depresión infantil

auguran episodios más severos durante la vida posterior no sólo demuestra la

necesidad de tratar la depresión infantil sino también de prevenirla. Este hallazgo

contradice la antigua opinión de que la depresión infantil carece de importancia a

largo plazo porque los niños « se desprenden naturalmente de ella» a lo largo de

su proceso de crecimiento. Es evidente que todos los niños se entristecen alguna

que otra vez y que, al igual que ocurre en la madurez, la niñez y la adolescencia

son épocas de decepciones ocasionales y pérdidas más o menos importantes que

van acompañadas del correspondiente pesar. Pero la necesidad de prevención de

la que estamos hablando no se refiere tanto a esas ocasiones como a aquellos

otros estados de melancolía mucho más graves en los que la espiral del

abatimiento hunde lentamente a los niños en la pesadumbre, la desesperación, la

irritabilidad y el repliegue en sí mismos.

Según los datos recogidos por Maria Kovacs, psicóloga del Western

Psy chiatric Institute and Clinie de Pittsburgh, tres cuartas partes de los niños que

se vieron obligados a recibir tratamiento a causa de una depresión grave, después

sufrieron recaídas. La investigación realizada por Kovacs se inició cuando los

niños diagnosticados de depresión contaban ocho años de edad y prosiguió con un

seguimiento periódico que, en algunos casos, se prolongó hasta los veinticuatro.

La duración promedio de los episodios depresivos infantiles fue de unos once

meses, aunque uno de cada seis persistía hasta los dieciocho. Por su parte, la

depresión moderada que, en algunos niños, aparecía a los cinco años de edad, era

menos incapacitante pero tendía a ser más duradera (una media de cuatro años).

Kovacs también descubrió que los niños que sufrían una depresión menor

eran proclives a que ésta se agravara y desembocara en una depresión mayor

(la denominada doble depresión). Y quienes desarrollaban una doble depresión

mostraban, por su parte, una may or tendencia a sufrir episodios recurrentes en

años posteriores. Al llegar a la adolescencia y al comienzo de la edad adulta, los

niños que habían pasado por algún episodio depresivo sufrían, por término medio,

depresiones o trastornos maníaco-depresivos uno de cada tres años.

Pero el precio que tienen que pagar estos niños va más allá del sufrimiento

causado por la depresión. En opinión de Kovac: « los muchachos aprenden el

ejercicio de las habilidades sociales en las relaciones que establecen con sus

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