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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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universidad) para predecir el éxito en la vida. A decir verdad, desde una

perspectiva general sí que parece existir —en un sentido amplio— cierta relación

entre el CI y las circunstancias por las que discurre nuestra vida. De hecho, las

personas que tienen un bajo CI suelen acabar desempeñando trabajos muy mal

pagados mientras que quienes tienen un elevado CI tienden a estar mucho mejor

remunerados. Pero esto, ciertamente, no siempre ocurre así.

Existen muchas más excepciones a la regla de que el CI predice del éxito en

la vida que situaciones que se adapten a la norma. En el mejor de los casos, el CI

parece aportar tan sólo un 20% de los factores determinantes del éxito (lo cual

supone que el 80% restante depende de otra clase de factores). Como ha

subrayado un observador: « en última instancia, la may or parte de los elementos

que determinan el logro de una mejor o peor posición social no tienen que ver

tanto con el CI como con factores tales como la clase social o la suerte» .

Incluso autores como Richard Herrnstein y Charles Nurray cuy o libro Tite

Bell Curve atribuy e al Cl una relevancia Incuestionable, reconocen que: « tal vez

fuera mejor que un estudiante de primer año de universidad con una puntuación

SAT en matemáticas de 500 no aspirara a dedicarse a las ciencias exactas, lo

cual no obsta para que no trate de realizar sus sueños de montar su propio

negocio, llegar a ser senador o ahorrar un millón de dólares. La relación existente

entre la puntuación alcanzada en el SAT y el logro de nuestros objetivos vitales se

ve frustrada por otras características» .

Mi principal interés está precisamente centrado en estas « otras

características» a las que hemos dado en llamar inteligencia emocional,

características como la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de

perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los

impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de

ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y,

por último —pero no. por ello, menos importante—, la capacidad de empatizar y

confiar en los demás. A diferencia de lo que ocurre con el Cl, cuya investigación

sobre centenares de miles de personas tiene casi un siglo de historia, la

inteligencia emocional es un concepto muy reciente. De hecho, ni siquiera nos

hallamos en condiciones de determinar con precisión el grado de variabilidad

interpersonal de la inteligencia emocional. Lo que sí podemos hacer, a la vista de

los datos de que disponemos, es avanzar que la inteligencia emocional puede

resultar tan decisiva —y. en ocasiones, incluso más— que el Cl. Y, frente a

quienes son de la opinión de que ni la experiencia ni la educación pueden

modificar substancialmente el resultado del cual trataré de demostrar —en la

quinta parte— que, si nos tomamos la molestia de educarles, nuestros hijos

pueden aprender a desarrollar las habilidades emocionales fundamentales.

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL Y EL DESTINO

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