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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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Las alentadoras novedades que nos proporciona la investigación llevada a

cabo por Kagan es que no todos los miedos de la infancia siguen desarrollándose

durante toda la vida, es decir, que el temperamento no es el destino y que las

experiencias adecuadas pueden reeducar la hiperexcitabilidad de la amígdala. Lo

que determina la diferencia son las lecciones emocionales y las respuestas que

los niños aprenden durante su proceso de crecimiento. Lo que cuenta al comienzo

para el niño tímido es cómo le tratan sus padres, y es así como aprenden a

superar su timidez natural. Los padres que planifican experiencias gradualmente

alentadoras para sus hijos les brindan la posibilidad de superar para siempre sus

temores.

Uno de cada tres niños que llega al mundo con todos los síntomas de una

amígdala hiperexcitable termina perdiendo la timidez cuando entra en la

guardería. De la observación de estos niños, previamente temerosos, queda claro

que los padres —y especialmente las madres— desempeñan un papel

importantísimo en el hecho de que un niño innatamente tímido se fortalezca con

el correr de los años o siga huy endo de lo desconocido y se llene de inquietud

ante cualquier dificultad. La investigación realizada por el equipo de Kagan

descubrió que algunas madres creen que deben proteger a sus hijos tímidos de

toda perturbación; otras, en cambio, consideran que es más importante apoy arles

para que ellos mismos aprendan a afrontar estos momentos y acostumbrarles así

a los pequeños contratiempos de la vida. La sobreprotección, pues, parece alentar

el temor privando a los más jóvenes de la oportunidad de aprender a superar sus

miedos, mientras que, en cambio, la filosofía de « aprender a adaptarse» parece

contribuir a que los niños más temerosos desarrollen su valor.

Las observaciones realizadas en el hogar demostraron que, a los seis meses

de edad, las madres protectoras que trataban de consolar a sus hijos, les cogían y

les mantenían en sus brazos cuando estaban agitados o lloraban, y lo hacían más

que aquéllas otras que trataban de ay udar a que sus hijos aprendieran a dominar

por si mismos estos momentos de desasosiego. La proporción entre las veces en

que eran cogidos por sus madres cuando estaban tranquilos y cuando estaban

inquietos demostró que las madres protectoras sostenían a sus hijos en brazos

mucho más durante los momentos de inquietud que durante los de calma.

Al año de edad, la investigación demostró la existencia de otra marcada

diferencia. Las madres protectoras se mostraban más indulgentes y ambiguas a

la hora de poner límites a sus hijos cuando éstos estaban haciendo algo que podía

resultar peligroso como, por ejemplo, meterse en la boca un objeto que pudieran

tragarse. Las otras madres, por el contrario, eran empáticas, insistían en la

obediencia, imponían límites claros y daban órdenes directas que bloqueaban las

acciones del niño.

¿Pero cómo la firmeza de una madre puede conducir a una disminución de la

timidez? En opinión de Kagan, cuando un niño se arrastra decididamente hacia

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