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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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uso de todas sus capacidades y es por ello por lo que, en la medida en que

aumenta la destreza, también lo hace la dificultad de entrar en el estado de

« flujo» . Si una tarea es demasiado sencilla resulta aburrida y si, por el contrario,

es más compleja de la cuenta, el resultado es la ansiedad. Podría objetarse que la

maestría en un determinado arte o habilidad se ve espoleada por la experiencia

del « flujo» , que la motivación a hacerlo cada vez mejor —y a se trate de tocar

el violín, de bailar o del más especializado trabajo de laboratorio— consiste en

permanecer en « flujo» mientras se lleva a cabo. En realidad, en un estudio

efectuado sobre doscientos artistas dieciocho años después de que terminaran sus

estudios, Csikszentmihaly i descubrió que aquéllos que en sus días de estudiante

habían saboreado el puro gozo de pintar eran los que se habían convertido en

auténticos pintores, mientras que la may or parte de quienes habían sido

motivados por ensueños de fama y riqueza abandonaron el arte poco después de

graduarse.

La conclusión de Csikszentmihaly i es clara: « por encima de cualquier otra

cosa, lo que los pintores quieren es pintar. Si el artista que se halla frente al lienzo

comienza a preguntarse a cuánto venderá la obra o lo que los críticos pensarán de

ella, será incapaz de abrir nuevos caminos. La obra creativa exige una entrega

sin condiciones» .

Del mismo modo que el estado de « flujo» es un requisito para el dominio de

un oficio, una profesión o un arte, lo mismo ocurre con el aprendizaje. Al

margen de lo que digan los tests de resultados, el rendimiento de los estudiantes

que entran en « flujo» al estudiar es may or que el de quienes no lo hacen así.

Los estudiantes de una escuela especial de ciencias de Chicago —todos los cuales

se hallaban entre el 5% de los que habían alcanzado una puntuación más elevada

en un test de destreza matemática— fueron clasificados por sus profesores de

matemáticas en dos grupos: más aventajados y menos aventajados. Luego se

vigiló la forma en que invertían el tiempo utilizando un avisador que sonaba al

azar varias veces al día y el estudiante debía anotar lo que estaba haciendo y cuál

era su estado de ánimo. No es sorprendente que los que habían sido clasificados

como menos aventajados invirtieran sólo unas quince horas semanales de estudio

en casa, un promedio claramente inferior a las veintisiete horas que dedicaban

quienes habían sido clasificados en el grupo de los más aventajados. Aquéllos,

por otra parte, invertían la may or parte del tiempo en que no estaban estudiando

en actividades sociales, pasear con los amigos y estar con la familia.

El análisis de su estado de ánimo reveló un importante descubrimiento,

porque tanto unos como otros pasaban mucho tiempo aburriéndose con

actividades tales como ver la televisión, que no ponían a prueba sus habilidades.

Así es, a fin de cuentas, el mundo de los adolescentes. Pero la diferencia

fundamental estribaba en su experiencia del estudio, una experiencia de la que

los que formaban parte del grupo de aventajados entraban en « flujo» el 40% del

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