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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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años más tarde, abrió la puerta de un armario en el que su hijo pequeño había

escondido un hediondo pañal. Bastó con que la amígdala reconociera unos pocos

elementos similares a un peligro pasado para que terminara decretando el estado

de alarma. El problema es que, junto a esos recuerdos cargados

emocionalmente, que tienen el poder de desencadenar una respuesta en un

momento crítico, coexisten también formas de respuesta obsoletas.

En tales momentos la imprecisión del cerebro emocional, se ve acentuada

por el hecho de que muchos de los recuerdos emocionales más intensos proceden

de los primeros años de la vida y de las relaciones que el niño mantuvo con las

personas que le criaron (especialmente de las situaciones traumáticas, como

palizas o abandonos). Durante ese temprano período de la vida, otras estructuras

cerebrales, especialmente el hipocampo (esencial para el recuerdo emocional) y

el neocórtex (sede del pensamiento racional) todavía no se encuentran

plenamente maduros. En el caso del recuerdo, la amígdala y el hipocampo

trabajan conjuntamente y cada una de estas estructuras se ocupa de almacenar

y recuperar independientemente un determinado tipo de información. Así,

mientras que el hipocampo recupera datos puros, la amígdala determina si esa

información posee una carga emocional. Pero la amígdala del niño suele

madurar mucho más rápidamente.

LeDoux ha estudiado el papel desempeñado por la amígdala en la infancia y

ha llegado a una conclusión que parece respaldar uno de los principios

fundamentales del pensamiento psicoanalítico, es decir, que la interacción —los

encuentros y desencuentros— entre el niño y sus cuidadores durante los primeros

años de vida constituy e un auténtico aprendizaje emocional. En opinión de

LeDoux, este aprendizaje emocional es tan poderoso y resulta tan difícil de

comprender para el adulto porque está grabado en la amígdala con la impronta

tosca y no verbal propia de la vida emocional. Estas primeras lecciones

emocionales se impartieron en un tiempo en el que el niño todavía carecía de

palabras y, en consecuencia, cuando se reactiva el correspondiente recuerdo

emocional en la vida adulta, no existen pensamientos articulados sobre la

respuesta que debemos tomar. El motivo que explica el desconcierto ante

nuestros propios estallidos emocionales es que suelen datar de un período tan

temprano que las cosas nos desconcertaban y ni siquiera disponíamos de palabras

para comprender lo que sucedía. Nuestros sentimientos tal vez sean caóticos,

pero las palabras con las que nos referimos a esos recuerdos no lo son.

CUANDO LAS EMOCIONES SON RÁPIDAS Y TOSCAS

Serían las tres de la mañana cuando un ruido estrepitoso procedente de un

rincón de mi dormitorio me despertó bruscamente, como si el techo se estuviera

desmoronando y todo el contenido de la buhardilla cay era al suelo.

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