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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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que amplifique lo que se perciba sino que, por el contrario, constituy e una

actividad neutra que mantiene la atención sobre uno mismo aun en medio de la

más turbulenta agitación emocional. William Sty ron parece describir esta

facultad cuando, al hablar de su profunda depresión, menciona la sensación de

« estar acompañado por una especie de segundo y o, un observador espectral que,

sin compartir la demencia de su doble, es capaz de darse cuenta, con

desapasionada curiosidad, de sus profundos desasosiegos» . En el mejor de los

casos, la observación de uno mismo permite la toma de conciencia ecuánime de

los sentimientos apasionados o turbulentos. En el peor, constituy e una especie de

paso atrás que permite distanciarse de la experiencia y ubicarse en una corriente

paralela de conciencia que es « meta» , —que flota por encima, o que está junto

— a la corriente principal y, en consecuencia, impide sumergirse por completo

en lo que está ocurriendo y perderse en ello, y, en cambio, favorece la toma de

conciencia. Esta, por ejemplo, es la diferencia que existe entre estar

violentamente enojado con alguien y tener, aun en medio del enojo, la

conciencia autorreflexiva de que « estoy enojado» . En términos de la mecánica

neural de la conciencia, es muy posible que este cambio sutil en la actividad

mental constituy a una señal evidente de que el neocórtex está controlando

activamente la emoción, un primer paso en el camino hacia el control. La toma

de conciencia de las emociones constituy e la habilidad emocional fundamental,

el cimiento sobre el que se edifican otras habilidades de este tipo, como el

autocontrol emocional, por ejemplo.

En palabras de John May er, un psicólogo de Universidad of New Hampshire

que, junto a Peter Salovey, de Yale, ha formulado la teoría de la inteligencia

emocional, ser consciente de uno mismo significa « ser consciente de nuestros

estados de ánimo y de los pensamientos que tenemos acerca de esos estados de

ánimo» . Ser consciente de uno mismo, en suma, es estar atento a los estados

internos sin reaccionar ante ellos y sin juzgarlos. Pero May er también descubrió

que esta sensibilidad puede no ser tan ecuánime, como ocurre, por ejemplo, en el

caso de los típicos pensamientos en los que uno, dándose cuenta de sus propias

emociones, dice « no debería sentir esto» , « estoy pensando en cosas positivas

para animarme» o, en el caso de una conciencia más restringida de uno mismo,

el pensamiento fugaz de que « no debería pensar en estas cosas» .

Aunque hay a una diferencia lógica entre ser consciente de los sentimientos e

intentar transformarlos, Mayer ha descubierto que, para todo propósito práctico,

ambas cuestiones van de la mano y que tomar conciencia de un estado de ánimo

negativo conlleva también el intento de desembarazamos de él. Pero el hecho es

que la toma de conciencia de los sentimientos no tiene nada que ver con tratar de

desembarazamos de los impulsos emocionales. Cuando gritamos « ¡basta!» a un

niño cuy a ira le ha llevado a golpear a un compañero, tal vez podamos detener la

pelea pero con ello no anularemos la ira, porque el pensamiento del niño sigue

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