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La Inteligencia Emocional - Daniel Goleman

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que pronuncian los discursos de salutación en las ceremonias de apertura del

curso universitario.) del curso de 1981 de los institutos de enseñanza media de

Illinois. Todos ellos habían obtenido las puntuaciones medias más elevadas de su

clase pero, a pesar de que siguieron teniendo éxito en la universidad y alcanzaron

excelentes calificaciones, a la edad de treinta años no podía decirse que hubieran

obtenido un éxito social comparativamente relevante. Diez años después de haber

finalizado la enseñanza secundaria, sólo uno de cada cuatro de estos jóvenes

había logrado un nivel profesional más elevado que la media de su edad, y a

muchos de ellos, por cierto, les iba bastante peor.

Karen Amold, profesora de pedagogía de la Universidad de Boston y una de

las investigadoras que llevó a cabo el seguimiento recién descrito afirma: « creo

que hemos descubierto a la gente “cumplidora", a las personas que saben lo que

hay que hacer para tener éxito en el sistema, pero el hecho es que los

valedietorians tienen que esforzarse tanto como los demás. Saber que una

persona ha logrado graduarse con unas notas excelentes equivale a saber que es

sumamente buena o bueno en las pruebas de evaluación académicas, pero no nos

dice absolutamente nada en cuanto al modo en que reaccionará ante las

vicisitudes que le presente la vidas» . Y éste es precisamente el problema,

porque la inteligencia académica no ofrece la menor preparación para la

multitud de dificultades —o de oportunidades— a la que deberemos enfrentamos

a lo largo de nuestra vida. No obstante, aunque un elevado CI no constituya la

menor garantía de prosperidad, prestigio ni felicidad, nuestras escuelas y nuestra

cultura, en general, siguen insistiendo en el desarrollo de las habilidades

académicas en detrimento de la inteligencia emocional, de ese conjunto de

rasgos —que algunos llaman carácter— que tan decisivo resulta para nuestro

destino personal.

Al igual que ocurre con la lectura o con las matemáticas, por ejemplo, la

Vida emocional constituye un ámbito —que incluye un determinado conjunto de

habilidades— que puede dominarse con may or o menor pericia. Y el grado de

dominio que alcance una persona sobre estas habilidades resulta decisivo para

determinar el motivo por el cual ciertos individuos prosperan en la vida mientras

que otros, con un nivel intelectual similar, acaban en un callejón sin salida. La

competencia emocional constituy e, en suma, una meta-habilidad que determina

el grado de destreza que alcanzaremos en el dominio de todas nuestras otras

facultades (entre las cuales se incluye el intelecto puro).

Existen, por supuesto, multitud de caminos que conducen al éxito en la vida, y

muchos dominios en los que las aptitudes emocionales son extraordinariamente

importantes. En una sociedad como la nuestra, que atribuye una importancia

cada vez may or al conocimiento, la habilidad técnica es indudablemente

esencial.

Hay un chiste infantil a este respecto que dice que no deberíamos extrañamos

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