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Tres tistres tigres - Diario de un chico trabajador

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«Acaban <strong>de</strong> escuchar, señoras y señores, el Concerto Grosso en Re<br />

Mayor, opus once número tres, <strong>de</strong> Antonio Vivaldi. (Pausa.) Violín: Isaac<br />

Stern, viola: Alexan<strong>de</strong>r Schnei<strong>de</strong>r...»<br />

Solté <strong>un</strong>a carcajada y creo que Arsenio también.<br />

—Chico —le dije— la cultura en el trópico. ¿Te das cuenta, mi viejo?<br />

—le dije, imitando su voz, pero haciéndola más pedante que amiga. No me<br />

miró, dijo:<br />

—En el fondo, yo tenía razón. Bach se pasó toda su vida robándole<br />

cosas a Vivaldi, y no sólo a Vivaldi —quería salvarse por la erudición: lo vi<br />

venir:— sino a Marcello —dijo, nítidamente, Marchel-lo— y a Manfredini<br />

y Veracini y hasta Evaristo Felice Dall-Abaco. Por eso hablé <strong>de</strong> suma.<br />

—Debías haber dicho resta, sustracción, ¿no?<br />

Se rió. Lo bueno que Cué tenía el sentido <strong>de</strong>l humor más <strong>de</strong>sarrollado<br />

que el <strong>de</strong>l ridículo Hemos presentado en nuestro espacio Gran<strong>de</strong>s<br />

Partituras <strong>un</strong> programa <strong>de</strong>dicado Apagó el radio.<br />

—Pero tienes razón —le dije, contemporizando. Soy el Cid<br />

Contemporizador—. Bach es el padre <strong>de</strong> la música, como se dice, por la ley,<br />

pero Vivaldi le hace <strong>un</strong> guiño a Ana Magdalena <strong>de</strong> vez en cuando.<br />

—Viva Vivaldi —dijo Cué, riendo.<br />

—Si Bustrófedon estuviera en esta máquina <strong>de</strong>l tiempo ya hubiera<br />

dicho Vibachldi o Vivach Vivaldi o Bivaldi y seguiría hasta la noche.<br />

—Entonces, ¿qué te parece Vivaldi a sesenta?<br />

—Que bajaste la velocidad.<br />

—Albinoni a ochenta, Frescobaldi a cien, Cimarosa a cincuenta,<br />

Monteverdi a cientoveinte, Gesualdo a lo que dé el motor —hizo <strong>un</strong>a pausa<br />

más exaltada que refrescante y siguió—: No importa, lo que yo dije sigue<br />

valiendo y pienso en lo que será Palestrina oído en <strong>un</strong> jet.<br />

—Un milagro <strong>de</strong> la acústica —dije yo.<br />

II<br />

El convertible rodó, encarrilado, por la dilatada curva <strong>de</strong>l Malecón y<br />

vi a Cué concentrarse <strong>un</strong>a vez más en el manejo, otro apéndice <strong>de</strong>l motor,<br />

como el volante. Me hablaba entonces <strong>de</strong> <strong>un</strong>a sensación única, es <strong>de</strong>cir, que<br />

yo no podía compartir (como morirse o <strong>de</strong>fecar), no sólo porque era <strong>un</strong>a<br />

experiencia religiosa sino porque yo no sabía manejar. Decía que había<br />

veces en que el carro y la carretera y él mismo <strong>de</strong>saparecían y los tres eran<br />

<strong>un</strong>a sola cosa, la carrera, el espacio y el objeto <strong>de</strong>l viaje, y que él, Cué,

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