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Tres tistres tigres - Diario de un chico trabajador

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está conmigo, que es mi compañera. Al menos no hay tensión ni <strong>de</strong>seo sino<br />

la placi<strong>de</strong>z que da la compañía <strong>de</strong> <strong>un</strong>a mujer que fue muy bella o muy<br />

<strong>de</strong>seada y ya no lo es. Ella <strong>de</strong>be estar vestida <strong>de</strong> noche, pero no me<br />

asombro. Tampoco pienso que es <strong>un</strong>a excéntrica. El Malecón no está j<strong>un</strong>to<br />

al mar ya más: nos separa <strong>un</strong>a larga playa blanca. Hay gente que coge sol.<br />

Otra gente nada o rema sobre la arena. Alg<strong>un</strong>os niños juegan en <strong>un</strong>a<br />

plancha <strong>de</strong> cemento blanco, radiante, cercana al muro. Ahora el sol es<br />

fuerte, muy fuerte, <strong>de</strong>masiado fuerte y todos nos sentimos violentados,<br />

aplastados, quemados por este sol repentino. Algo avisa <strong>de</strong> <strong>un</strong> peligro o hay<br />

<strong>un</strong> aviso incierto que se transforma enseguida en <strong>un</strong>a realidad: la playa —y<br />

no sólo la arena blanca sino el mar que ya no es azul, sino blanco, no sólo<br />

la tierra, el agua también, se levantan— se repliega y sube sobre ella<br />

misma. El sol es tan fuerte que el vestido negro <strong>de</strong> mi compañera comienza<br />

a ar<strong>de</strong>r y su cara invisible es blanca y negra y ceniza <strong>de</strong> <strong>un</strong> golpe. Me tiro<br />

<strong>de</strong>l muro hacia la playa o hacia lo que era la playa y que es ahora <strong>un</strong>a<br />

pra<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cenizas y echo a correr, sin acordarme <strong>de</strong> mi compañía,<br />

olvidando por el miedo no solamente mi cariño, también el placer <strong>de</strong><br />

tenerla. Todos corremos, menos ella, que se queda ardiendo tranquila en el<br />

muro. Corremos corremos corremos corremos corremos corremos hacia la<br />

playa que es ahora, ya, <strong>un</strong>a enorme sombrilla. Salvarse consiste en llegar a<br />

la sombra. Corremos todavía (hay <strong>un</strong> niño que se cae y otro que se sienta<br />

en el suelo, ¿fatigado?, pero no tienen importancia ni para su madre que<br />

sigue corriendo, a<strong>un</strong>que mira atrás <strong>un</strong> momento en la carrera) y casi llegamos<br />

a la sombrilla <strong>de</strong> blanca arena y blanco mar y ahora <strong>de</strong> blanco cielo.<br />

Cuando veo que la sombra <strong>de</strong> la sombrilla se borra con <strong>un</strong>a luz blanca, es<br />

el momento en que distingo también que la columna no tiene la forma <strong>de</strong><br />

<strong>un</strong>a sombrilla sino <strong>de</strong> <strong>un</strong> hongo, que no es <strong>un</strong>a protección contra la luz<br />

asesina, que es ella misma la luz. En el sueño este momento parece<br />

<strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong> o no tener ya importancia. Sigo corriendo.<br />

VIII<br />

—Es <strong>un</strong>a interpretación <strong>de</strong>l mito <strong>de</strong> Lot a la luz <strong>de</strong> las ciencias<br />

actuales. O <strong>de</strong> sus peligros —le digo y al mismo tiempo que lo digo me doy<br />

cuenta <strong>de</strong> lo pedante que resulto.<br />

—Es posible. En todo caso ya ves que ni a mí ni a mi subconsciente ni<br />

a mis miedos atávicos nos gusta el mar. Ni el mar ni la naturaleza ni los<br />

abismos estelares. Creo, como dice Holmes, que los espacios concentrados

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