09.05.2013 Views

Tres tistres tigres - Diario de un chico trabajador

Tres tistres tigres - Diario de un chico trabajador

Tres tistres tigres - Diario de un chico trabajador

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Lo miré y casi le dije, toda la vida y tal vez también la muerte. Lo que<br />

dije fue:<br />

—Es que, usted sabe, realmente, tengo <strong>un</strong> aprieto...<br />

—Diga, diga.<br />

—Estoy ganando muy poco.<br />

—¡Cómo! ¿Pero no le aumentamos ya hace seis meses?<br />

—Sí, es verdad. Eso fue cuando me casé, pero...<br />

—Diga, diga.<br />

Era como si dijera, No diga nada, pero sabía colocar aquellas dos<br />

palabras o aquella palabra repetida con tal sabiduría, que me rendí.<br />

—Bueno, es que voy a tener <strong>un</strong> hijo.<br />

—Ah caramba. Un hijo —podía haberle corregido: O <strong>un</strong>a hija, tal vez<br />

<strong>un</strong> hermafrodita. Pero fue él quien habló—: Eso son palabras mayores.<br />

¿Usted lo ha pensado bien?<br />

Lo cierto era que no lo había pensado, ni bien ni mal ni regular. Los<br />

hijos no se piensan ni siquiera se sienten o se ven venir. Cuando aparecen ya<br />

están ahí. Son casi como erratas. Caray, se me fue <strong>un</strong> hijo en ese lay-out <strong>de</strong><br />

Mejoral. Debí haberlo hecho interruptus.<br />

—No, pensarlo, lo que se dice pensarlo, no lo pensé.<br />

—Ah Ribot, pues a los hijos hay que pensarlos.<br />

La prole es <strong>un</strong>a cosa mental, diría Leonardo. Ya sé. La próxima vez<br />

me sentaría a mi mesa, me pondría <strong>un</strong>a mano en la mejilla, como Nobel en<br />

todos sus retratos y clavaría <strong>un</strong> cartel en la puerta. No molesten. Estoy<br />

diseñando <strong>un</strong> hermoso varón <strong>de</strong> ocho libras.<br />

—Usted tiene razón —dije servil—, hay que pintarlo, pensarlo.<br />

Ahora el amo podía mostrarse conciliador con este Sergio <strong>de</strong> la gleba.<br />

—Vamos ver —dijo—. ¿Qué puedo hacer yo por usted?<br />

No dije nada, <strong>de</strong> momento. No esperaba que mi petición fuera <strong>un</strong>a<br />

respuesta. Yo venía a hacer preg<strong>un</strong>tas, todas ensayadas <strong>de</strong> antemano. ¿Qué<br />

pue<strong>de</strong> hacer la tierra firme por <strong>un</strong> náufrago? Era todo lo que se me ocurría<br />

ahora. ¿Encontrarnos en la orilla? ¿Echarme <strong>un</strong> cabo? ¿Olvidarme <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l<br />

horizonte? Me <strong>de</strong>cidí por pedir lo más fácil. ¿O fue lo más difícil?<br />

—Quisiera ver, si pue<strong>de</strong>, que me hiciera el favor, usted, <strong>de</strong> que me<br />

aumenten, a mí, el suelo, el sueldo. De ser posible, claro.<br />

Hablé con la construcción gramatical exacta para producir en el<br />

castellano la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> respeto y jerarquía y necesaria distancia. Todo lo que<br />

predispone a la caridad, pública y privada. Pero no hubo respuesta. No<br />

inmediata. Ése es el secreto <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s hombres. De los pequeños<br />

gran<strong>de</strong>s hombres también. Conocen el precio y el valor <strong>de</strong> todo, a<strong>un</strong> <strong>de</strong> las

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!