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Tres tistres tigres - Diario de un chico trabajador

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—Gracias.<br />

—¿Por qué?<br />

—Por el cigarro y el fósforo y —añadió, creo que sin malicia pero<br />

<strong>de</strong>jando <strong>un</strong> espacio antes— la conversación.<br />

Miré a Cué que se alejaba y no vi más que su espalda encapotada.<br />

Salíamos <strong>de</strong>l patio cuando alguien llamó a gritos.<br />

—Nos llaman —le dije. Era <strong>un</strong> muchacho que nos hacía señas <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

el agua. Se las hacía a Cué porque yo no lo conocía. Cué se volvió—. Es a ti<br />

—le dije.<br />

El muchacho hacía movimientos extraños con los brazos y la cabeza y<br />

gritaba Arsenio Cuacuacuá. Ahora comprendí. Quería imitar <strong>un</strong> pato. No sé<br />

si Cué entendió la alusión. Creo que sí.<br />

—Ven —me dijo. Volvíamos a la picina—. Es el hermanito <strong>de</strong> Sibila.<br />

Caminamos hasta el bor<strong>de</strong> y Cué llamó al muchacho, diciéndole Tony.<br />

Nadó hasta nosotros.<br />

—¿Qué?<br />

Era tan joven como Vivian y Sibila. Se agarró al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la picina y<br />

vi que en <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los brazos llevaba <strong>un</strong>a manilla <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificación en oro.<br />

Cué habló con lentitud y cuidado.<br />

—El pato eres tú que nadas —había entendido. Me reí. Cué también<br />

se rió. El único que no reía era Tony que miraba a Cué aterrado, con <strong>un</strong>a<br />

mueca <strong>de</strong> dolor en su cara. No comprendí porqué y ahora lo supe. Cué le<br />

aplastaba los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> <strong>un</strong>a mano con el zapato y <strong>de</strong>jaba caer todo el peso <strong>de</strong><br />

su cuerpo sobre ellos. Tony gritó, haciendo palanca con las piernas contra la<br />

pared <strong>de</strong> la picina. Cué lo soltó y Tony salió disparado hacia atrás, tragando<br />

agua, tratando <strong>de</strong> nadar con los pies, llevándose la mano a la boca, casi<br />

llorando. Arsenio Cué reía, sonreía ahora en el bor<strong>de</strong>. Me sorprendió más<br />

que la escena su contento, su satisfacción en la venganza. Pero cuando salía<br />

sudaba y se quitó los espejuelos y se secó el sudor que corría por su cara.<br />

Como concesión al calor y a la tar<strong>de</strong> y al clima llevó la capa en el brazo.<br />

—¿Viste? —me dijo.<br />

—Sí —le dije y mientras lo <strong>de</strong>cía traté <strong>de</strong> verle los ojos.<br />

V<br />

Dije que este cuento no tenía nada que ver con Cuba y ahora tengo<br />

que <strong>de</strong>smentirme porque no hay nada en mi vida que no tenga que ver con<br />

Cuba, Venegas. Esta noche <strong>de</strong> que estoy hablando yo había ido al Sierra con

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