09.05.2013 Views

Tres tistres tigres - Diario de un chico trabajador

Tres tistres tigres - Diario de un chico trabajador

Tres tistres tigres - Diario de un chico trabajador

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

o caiga entre los peces.<br />

—¿Qué tú crees Silvestre?<br />

—¿Qué crees tú que yo creo? —le digo imitando a Cantinflas.<br />

—¿No te parece que este 666 es el remedio contra los males venéreos?<br />

La bala <strong>de</strong> plata mágica. La estaca en el pecho, dormido <strong>de</strong> día.<br />

—Sigues borracho hermano —le digo, todavía con acento mexicano.<br />

—Borracho era...<br />

—Pancho Villa.<br />

—No, tu tocayo musical, Revueltas y mira lo que compuso.<br />

—Será oye, no mira.<br />

—Oye, mira, toca Sensemayá.<br />

Comenzó a tararear, a golpear las tablas <strong>de</strong>l muelle con el pie. La<br />

Cuélebra.<br />

—Hace falta Eribó que te acompañe —le dije.<br />

—Seríamos <strong>un</strong> dúo lamentable. Ahora soy lamentable yo solo.<br />

Era verdad. Pero no se lo dije. A veces, soy discreto. Dejó <strong>de</strong> bailar y<br />

me alegré.<br />

—¿No crees tú, Silvestre, <strong>de</strong> veras, que si <strong>un</strong>o supiera que su <strong>de</strong>stino<br />

es ser ese pez muerto para siempre, toda <strong>un</strong>a eternidad, cambiaría, trataría<br />

no <strong>de</strong> ser perfecto, pero sí <strong>de</strong> ser <strong>de</strong> otro modo?<br />

—Parece El Pescado <strong>de</strong> Dorian Gray —dije y sentí mi inoport<strong>un</strong>ismo.<br />

Así soy: oport<strong>un</strong>o ahora, indiscreto al otro golpe <strong>de</strong> péndulo. Es mi carácter,<br />

el alacrán y la rana, genio y figura, etc.<br />

Dio media vuelta y se alejaba. Parece que nos íbamos. ¿Sería este<br />

estanque, esta charca, esta rada falsificada nuestro finisterre? Pero no.<br />

Caminó hasta el otro extremo <strong>de</strong>l muelle. Hablaba con el muchachito <strong>de</strong> las<br />

piedras. Estaban muy j<strong>un</strong>tos y Cué lo acariciaba o le halaba <strong>un</strong>a oreja, en<br />

broma. Demagogia. Los dictadores y las madres y la gente pública siempre<br />

simulan llevarse bien con los niños y con los animalitos. Cué era capaz <strong>de</strong><br />

acariciar <strong>un</strong> tiburón, siempre que hubiera testigos. Por poco lo hace con la<br />

bestia <strong>de</strong>l mar. Apenas los veía. Oscurecía a toda velocidad. La luz viajando<br />

a la velocidad <strong>de</strong> la luz hacia las sombras. Penumbras, <strong>un</strong>mbra, umbral.<br />

Miré para La Habana. Había como <strong>un</strong> arcoiris. No, eran nubes, rabos <strong>de</strong><br />

nubes coloreadas todavía por el sol. No podía ver el mar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el muelle,<br />

sino este espejo ver<strong>de</strong>, azul, gris sucio y ahora casi negro. La ciudad sin<br />

embargo se veía iluminada por <strong>un</strong>a luz que no era artificial ni la <strong>de</strong>l sol, que<br />

parecía propia y La Habana era lumínica, <strong>un</strong> espejismo radiante, casi <strong>un</strong>a<br />

promesa contra la noche que empezaba a ro<strong>de</strong>arnos. Cué me llamaba con la<br />

mano y fui. Me enseñó <strong>un</strong>a piedra y me dijo que se la regaló ella y entonces

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!