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Tres tistres tigres - Diario de un chico trabajador

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solamente. Sentí miedo o por lo menos frío —y había calor, mucho, a la<br />

orilla <strong>de</strong>l río.<br />

—¿Qué pasó?<br />

Estaba en trance, hipnotizada por algo que yo no podía ver, que no<br />

vería, que n<strong>un</strong>ca veré. Marcianos en la orilla. ¿Vendrían en bote? Mierda, ni<br />

los marcianos podrían ver en esta oscuridad. Casi no la veo a ella. La sacudí<br />

por los hombros invisibles. Pero no salía <strong>de</strong>l trance. Pensé darle <strong>un</strong>a<br />

bofetada. Al tacto. Es fácil pegarles a las mujeres. A<strong>de</strong>más siempre salen así<br />

<strong>de</strong>l trance. En las películas. ¿Y si me <strong>de</strong>volvía el golpe? Quizás no fuera <strong>un</strong>a<br />

cristiana. Desistí, no quiero peleas confusas en la oscuridad. Volví a sacudirla<br />

por los hombros.<br />

—¿Qué te pasa?<br />

Dio <strong>un</strong> tirón y al mismo tiempo tropezó y cayó sobre algo oscuro que<br />

abultaba <strong>de</strong>bajo, a <strong>un</strong> lado <strong>de</strong> nosotros. Tierra <strong>de</strong> cuando terminaron el túnel,<br />

apilada. Tierra y tal vez fango. El río está ahí mismo. Podía oír el agua<br />

batiendo contra su respiración, que es <strong>un</strong>a imagen que no tiene lógica, pero<br />

¿qué quieren?, nada tenía lógica entonces. En estos momentos la lógica se<br />

fuga con el valor y el calor, por algún poro <strong>de</strong>l cuerpo. La levanté por los<br />

brazos y vi que no me miraba todavía. Es asombrosa la cantidad <strong>de</strong> cosas<br />

que se pue<strong>de</strong>n ver en la oscuridad cuando <strong>un</strong>o está <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ella. No me<br />

miraba, no, pero ya no era <strong>un</strong>a mirada perdida buscando nadie en la nada.<br />

—¿Qué fue?<br />

Me miró, ¿Qué será?<br />

—¿Qué era?<br />

—Nada.<br />

Empezó a sollozar, tapándose la cara. No tenía necesidad, la oscuridad<br />

era <strong>un</strong> buen pañuelo. Quizás no se cubriera los ojos <strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntro para afuera<br />

sino al revés, los protegía. Le quité las manos.<br />

—¿Qué es?<br />

Cerraba los ojos y apretaba los labios y toda su cara era <strong>un</strong>a mueca<br />

oscura en la noche. Del carajo. Tengo espejuelos <strong>de</strong> lince. Mejor <strong>de</strong> búho.<br />

Soy la lechuza <strong>de</strong>l alma.<br />

—¿Qué coño pasa?<br />

¿Las malas palabras serán mágicas? Algo conjurarán, porque empezó<br />

a hablar <strong>de</strong>sata furiosa <strong>de</strong>saforadamente, ganándonos a Cué y a mí, porque<br />

hablaba con <strong>un</strong>a violencia interna, vehemente, tartajeando las palabras.<br />

—No quiero. No. no. No quiero ir. no quiero volver.<br />

—¿A dón<strong>de</strong>? ¿A dón<strong>de</strong> no quieres volver? ¿Al Johnny's?<br />

—A casa <strong>de</strong> Beba. no quiero regresar con ella. ella me pega y me

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