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Tres tistres tigres - Diario de un chico trabajador

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&Dice Rine, siempre llevando todo a las tablas, que el mal no<br />

compone, que los malos saben hacer <strong>un</strong> magnífico primer acto, <strong>un</strong> seg<strong>un</strong>do<br />

acto bueno, pero que siempre fracasan en el tercer acto. Ésta es <strong>un</strong>a versión<br />

boy meets girl/boy loses girl/boy finds girl <strong>de</strong> la vida. Los malos quedarán<br />

hechos polvo en <strong>un</strong>a obra shakesperiana —por los cuatro y los cinco<br />

actos—. Pero ¿qué pasa con las vidas en <strong>un</strong> acto?<br />

&Los vicios son más ciertos que las virtu<strong>de</strong>s: creemos más veraz a<br />

Ahab que a Billy Budd.<br />

&El bien le teme al mal, mientras que el mal se ríe <strong>de</strong>l bien.<br />

&El infierno pue<strong>de</strong> estar empedrado <strong>de</strong> buenas intenciones, pero el<br />

resto (la topografía la arquitectura y la <strong>de</strong>coración) lo hicieron las malas<br />

intenciones. Y no es cualquier cosa como construcción. (Leer L'Inferno<br />

como manual <strong>de</strong> ingeniería, S.)<br />

&El mal es el último refugio <strong>de</strong>l bien. (Y viceversa, se oyó que dijo<br />

<strong>un</strong>a voz muy baja, borracha.)<br />

&El mal es la continuación <strong>de</strong>l bien por otros medios. (Y vicehip!)<br />

¿No estaremos todavía en el principio?<br />

(No lo sé ni lo sabremos n<strong>un</strong>ca, porque aquí me cansé <strong>de</strong> ser <strong>un</strong> Platón<br />

para este Sócrates.)<br />

XII<br />

Estaba mirando la pecera. Había también <strong>un</strong>os pececitos anónimos<br />

que no veía, porque incesante, obsesiva y fantasmal la raya daba vueltas y se<br />

alumbraba su rostro blanco y enfermo al llegar al spot oculto entre las<br />

piedras y luego <strong>de</strong>saparecía en la oscuridad <strong>de</strong>l agua estancada y volvía a<br />

aparecer, sin <strong>de</strong>tenerse. Me pareció <strong>un</strong>a crueldad que no era asombrosa<br />

porque se trataba <strong>de</strong> <strong>un</strong> pez. Es <strong>un</strong> obispo había dicho Cuélinneo y me<br />

precisó que no viven más <strong>de</strong> <strong>un</strong> mes en cautiverio, ni siquiera en gran<strong>de</strong>s estanques,<br />

como los tiburones, que se varan en el fondo y se niegan a nadar y<br />

mueren por asfixia. Absurdo natural, <strong>un</strong> pez ahogado. Ni los tiburones ni las<br />

rayas son peces, me aleccionó Cué. Agra<strong>de</strong>cí el informe sobre la existencia<br />

<strong>de</strong> las rayas, agra<strong>de</strong>cí más aún la existencia <strong>de</strong> la raya, la estancia cruel <strong>de</strong> la<br />

raya en su estanque mortal, porque me olvidé <strong>de</strong> Arsenietsche Cué para<br />

recordar al Con<strong>de</strong> Drácula, al inolvidable Bela Lugosi, a quien reconocí en<br />

el batir <strong>de</strong>l gran manto <strong>de</strong>l obispo y en su cara extranjera y lívida y en la<br />

obsesión <strong>de</strong> viajar entre la luz espectacular y las sombras, y vi a la bella y<br />

fatídica Carol Borland en La Marca <strong>de</strong>l Vampiro, j<strong>un</strong>to al viejo Bela (Bela

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