el matrimonio eterno: manual para el alumno - The Church of Jesus
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172<br />
F UNCIONES Y RESPONSABILIDADES DIVINAS DE LA MUJER<br />
nuestro tiempo y recursos a la edificación de… un<br />
reino terrenal, eso es exactamente lo que heredaremos”<br />
(Ensign, junio de 1976, pág. 3). ¿Con cuánta<br />
frecuencia nos concentramos tanto en la búsqueda<br />
de la buena vida que perdemos de vista la vida<br />
eterna? Es <strong>el</strong> fatal equivalente espiritual a vender<br />
nuestra primogenitura por un guisado de lentejas.<br />
El Señor rev<strong>el</strong>ó <strong>el</strong> remedio <strong>para</strong> ese desastre espiritual<br />
cuando aconsejó a Emma Smith “[desechar] las cosas<br />
de este mundo y [buscar] las de uno mejor” (D. y C.<br />
25:10). Y Cristo nos dio <strong>el</strong> mod<strong>el</strong>o a seguir cuando<br />
antes de Getsemaní declaró: “…yo he vencido al<br />
mundo” (Juan 16:33; cursiva agregada).<br />
La única forma en que nosotros podemos<br />
vencer al mundo es viniendo a Cristo, y<br />
eso significa apartarnos d<strong>el</strong> mundo.<br />
Significa colocar a Cristo y sólo a Él en<br />
<strong>el</strong> centro de nuestra vida, de tal manera<br />
que las vanidades y las filos<strong>of</strong>ías de los<br />
hombres pierdan su atracción adictiva.<br />
Satanás es <strong>el</strong> dios de Babilonia, o sea, <strong>el</strong><br />
mundo. Cristo es <strong>el</strong> Dios de Isra<strong>el</strong> y Su<br />
Expiación nos da <strong>el</strong> poder <strong>para</strong> vencer al<br />
mundo. “…Si esperan la gloria, la int<strong>el</strong>igencia<br />
y vidas sin fin”, dijo <strong>el</strong> presidente<br />
Joseph F. Smith, “…[dejen] de lado las cosas d<strong>el</strong> mundo”<br />
(“Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: Joseph F.<br />
Smith”, pág. 260; cursiva agregada).<br />
Como hermanas en Sión, nosotras podemos obstaculizar<br />
la conspiración d<strong>el</strong> adversario contra las familias<br />
y la virtud. Con razón nos tienta a conformarnos con<br />
placeres terrenales en lugar de buscar la gloria eterna.<br />
Una madre de 45 años con seis hijos me dijo que<br />
cuando dejó de leer constantemente las revistas que<br />
la abrumaban con imágenes de cómo debían ser su<br />
casa y su ropa, sintió más paz. Ella dijo: “Tal vez esté<br />
un poco gordita, canosa y arrugada, pero soy una<br />
hija de Dios, y Él me conoce y me ama”.<br />
La Sociedad de Socorro nos puede ayudar a apartarnos<br />
d<strong>el</strong> mundo, porque su propósito explícito es<br />
ayudar a las hermanas y a sus familias a venir a<br />
Cristo. En ese espíritu, me uno a las hermanas<br />
Smoot y Jensen al declarar quiénes somos, y al abrazar<br />
<strong>el</strong> refinamiento en <strong>el</strong> enfoque de la Sociedad de<br />
Socorro. Ya no podemos darnos <strong>el</strong> lujo de dedicar<br />
nuestra energía a algo que no nos lleve a Cristo<br />
junto con nuestra familia. Ésa es la prueba decisiva<br />
<strong>para</strong> la Sociedad de Socorro, y también <strong>para</strong> nuestra<br />
vida. En los días venideros, la dedicación casual a<br />
Cristo no será suficiente <strong>para</strong> sostenernos.<br />
E L M ATRIMONIO E TERNO: MANUAL P ARA E L A LUMNO<br />
[Venir] a Cristo…<br />
Significa colocar a<br />
Cristo y sólo a Él en<br />
<strong>el</strong> centro de nuestra<br />
vida, de tal manera<br />
que las vanidades y<br />
las filos<strong>of</strong>ías de los<br />
hombres pierdan su<br />
atracción adictiva.<br />
Cuando yo era joven vi la dedicación de mi abu<strong>el</strong>a,<br />
quien ayudó a mi abu<strong>el</strong>o a trabajar la granja en las<br />
llanuras de Kansas. De alguna forma superaron ese<br />
terreno semidesértico, la Gran Depresión y los tornados<br />
que aterrorizan las Grandes Llanuras. A menudo<br />
me he preguntado cómo mi abu<strong>el</strong>a toleró los años<br />
de pocos ingresos y de mucho trabajo, y cómo siguió<br />
ad<strong>el</strong>ante cuando murió su hijo mayor en un trágico<br />
accidente. La vida de la abu<strong>el</strong>a no era fácil. ¿Pero<br />
saben lo que más recuerdo de <strong>el</strong>la? Su total gozo en<br />
<strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io. Nunca era más f<strong>el</strong>iz que cuando trabajaba<br />
en la historia familiar o enseñaba con las<br />
Escrituras en la mano. Ella había aban-<br />
donado las cosas de este mundo <strong>para</strong><br />
buscar las de uno mejor.<br />
Para <strong>el</strong> mundo, mi abu<strong>el</strong>a era ordinaria,<br />
pero <strong>para</strong> mí, representa a las heroínas<br />
no reconocidas de este siglo que hicieron<br />
honor a sus promesas premortales y<br />
dejaron un fundamento de fe sobre <strong>el</strong><br />
cual podemos edificar. La abu<strong>el</strong>a no era<br />
perfecta, pero era una mujer de Dios.<br />
Ahora nos corresponde a ustedes y a mí<br />
llevar la bandera hasta <strong>el</strong> siguiente siglo.<br />
No somos mujeres d<strong>el</strong> mundo; somos mujeres<br />
de Dios. Y como tales seremos contadas entre las<br />
más grandes heroínas d<strong>el</strong> siglo veintiuno. Como proclamó<br />
<strong>el</strong> presidente Joseph F. Smith, no nos corresponde<br />
“…[ser] guiadas por las mujeres d<strong>el</strong> mundo;<br />
…[sino] guiar …a las mujeres d<strong>el</strong> mundo, en todo lo<br />
que sea digno de alabanza” (“Enseñanzas de los presidentes<br />
de la Iglesia: Joseph F. Smith”, pág. 198).<br />
Esto no invalida las vidas de incontables mujeres<br />
buenas de todo <strong>el</strong> mundo. Pero nosotras somos singulares,<br />
y lo somos por causa de nuestros convenios,<br />
por nuestros privilegios espirituales y por las responsabilidades<br />
que éstos conllevan. Somos investidas<br />
con poder y dotadas con <strong>el</strong> Espíritu. Tenemos<br />
un pr<strong>of</strong>eta viviente, ordenanzas que nos ligan al<br />
Señor y unas a otras, y <strong>el</strong> poder d<strong>el</strong> sacerdocio entre<br />
nosotras. Comprendemos nuestro lugar en <strong>el</strong> gran<br />
plan de f<strong>el</strong>icidad y sabemos que Dios es nuestro<br />
Padre y que Su Hijo es nuestro Defensor constante.<br />
Con esos privilegios recibimos responsabilidades,<br />
porque “…de aqu<strong>el</strong> a quien mucho se da, mucho se<br />
requiere” (D. y C. 82:3), y a veces son pesadas las<br />
demandas d<strong>el</strong> ser un discípulo. ¿Pero no debemos<br />
esperar que nuestra jornada hacia la gloria eterna<br />
nos haga crecer? A veces justificamos nuestro interés<br />
en este mundo y nuestra actitud casual hacia <strong>el</strong>