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el matrimonio eterno: manual para el alumno - The Church of Jesus

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urlas de la gente o incluso de la violencia física,<br />

serán coronados con la beatitud d<strong>el</strong> regocijo <strong>eterno</strong>.<br />

¿Quién sabe si de nuevo en nuestra época sea necesario<br />

que algunos de los santos o aun alguno de los<br />

apóstoles, como en los días antiguos, den la vida en<br />

defensa de la verdad? De llegar ese momento, ¡Dios<br />

conceda que no fallen!<br />

Paulatinamente, a medida que meditemos con oración<br />

en todas estas enseñanzas, llegaremos a hacer lo<br />

que <strong>para</strong> algunos quizá sea <strong>el</strong> asombroso descubrimiento<br />

de que después de todo, la medida de Dios<br />

de nuestra valía en Su reino no tendrá nada que ver<br />

con los <strong>el</strong>evados cargos que hayamos ocupado aquí<br />

entre los hombres ni en Su Iglesia, ni con los honores<br />

que hayamos alcanzado, sino con la vida que<br />

hayamos llevado y <strong>el</strong> bien que hayamos hecho de<br />

conformidad con la “Constitución de la Vida<br />

Perfecta” evidenciada en la vida d<strong>el</strong> Hijo de Dios.<br />

Suplico que hagan de las Bienaventuranzas la<br />

Constitución de sus propias vidas y que de ese modo<br />

reciban las beatitudes que en <strong>el</strong>las se prometen.<br />

PIEDRAS ANGULARES DE UN<br />

HOGAR FELIZ<br />

Presidente Gordon B. Hinckley<br />

Segundo Consejero de la<br />

Primera Presidencia<br />

Transmisión vía satélite <strong>para</strong><br />

esposos y esposas, 29 de enero<br />

de 1984<br />

Aunque ha pasado más de medio siglo, siempre<br />

tengo presente la ternura de mi padre hacia mi<br />

madre. Ella murió a los cincuenta años, edad algo<br />

temprana <strong>para</strong> morir, y durante los meses que duró<br />

su enfermedad, mi padre se desvivía por atenderla y<br />

hacerla sentir tan cómoda como pudiera. Esta actitud<br />

no fue algo que surgió debido a la enfermedad<br />

de mi madre; a nosotros, a los hijos, nos quedaba<br />

muy claro que mi padre siempre fue así. En nuestro<br />

f<strong>el</strong>iz hogar de la infancia, nosotros sabíamos, y nos<br />

resultaba evidente debido a lo que se percibía y no a<br />

ninguna declaración, que <strong>el</strong>los se amaban, se respetaban<br />

y se honraban mutuamente. ¡Qué bendición<br />

ha resultado eso <strong>para</strong> nosotros! De niños nos proporcionaba<br />

una inmensa seguridad. Al ir creciendo,<br />

nuestros pensamientos y nuestras acciones se vieron<br />

inspirados por <strong>el</strong> recuerdo de aqu<strong>el</strong> ejemplo.<br />

F UNDAMENTOS DE UN MATRIMONIO ETERNO 205<br />

Mi amada compañera y yo hemos estado casados ya<br />

por casi medio siglo, por cuarenta y siete años a<br />

decir verdad. También <strong>el</strong>la tiene la bendición de<br />

haberse criado en un hogar en <strong>el</strong> que reinó siempre<br />

un espíritu de compañerismo, amor y confianza. Sé<br />

que la mayoría de ustedes proviene de hogares así;<br />

lo que es más, sé que la mayoría de ustedes vive<br />

vidas f<strong>el</strong>ices y llenas de amor en sus propios hogares.<br />

Pero también hay muchas personas, realmente<br />

muchas, que no son tan f<strong>el</strong>ices.<br />

Matrimonios en dificultades<br />

Me resulta difícil entender los r<strong>el</strong>atos trágicos de<br />

<strong>matrimonio</strong>s que vienen a mí con enormes dificultades.<br />

Hablan de maltrato, de actitudes déspotas y de<br />

maridos que abusan de su hombría en su propio<br />

hogar. Hablan de violación de confianza y de ruptura<br />

de convenios. Se habla de divorcio, se derraman lágrimas<br />

y se cae en <strong>el</strong> desconsu<strong>el</strong>o. No hace muchos días<br />

llegó a mi <strong>of</strong>icina la carta de una mujer que se refería<br />

largo y tendido a sus problemas. Sumida en la desesperación,<br />

preguntaba: “¿Tiene acaso una mujer esperanza<br />

alguna de que llegue <strong>el</strong> día en que se la<br />

considere una integrante de primera categoría de esta<br />

raza humana? ¿Será acaso siempre una esclava que se<br />

limite a actuar únicamente cuando se lo permita su<br />

señor marido?” Más ad<strong>el</strong>ante decía: “Para mí las respuestas<br />

a estas preguntas ya no son importantes, pero<br />

tengo hijas. En <strong>el</strong> caso de que una mujer pueda aspirar<br />

a algo más en la eternidad que a estar confinada<br />

en la casa y embarazada, quisiera enseñárs<strong>el</strong>o”.<br />

Se descubre en los renglones de esa carta una amarga<br />

tragedia, y temo que haya muchas otras personas que<br />

piensen de igual manera. La situación es trágica<br />

debido a la marcada diferencia que existe entre <strong>el</strong> proceder<br />

de algunos y lo que nuestro Padre C<strong>el</strong>estial<br />

desea <strong>para</strong> Sus hijas. Detrás de las palabras de esta<br />

carta, veo la imagen de una mujer abatida, hambrienta<br />

de cariño, lista <strong>para</strong> darse por vencida y sin<br />

saber qué rumbo tomar. Veo la figura de un hombre<br />

que ha fallado en sus sagradas obligaciones, un hombre<br />

de sentimientos vacíos, envu<strong>el</strong>to en <strong>el</strong> egoísmo,<br />

negando en su forma de vivir la esencia misma d<strong>el</strong><br />

Evang<strong>el</strong>io de Jesucristo. No dudo que tal vez <strong>el</strong>la haya<br />

tenido algo de culpa también, pero me inclino a pensar<br />

que <strong>el</strong> caso de él es mucho más serio.<br />

Igualdad en <strong>el</strong> <strong>matrimonio</strong><br />

A los hombres que me escuchan, dondequiera que<br />

se encuentren, les digo que si son culpables de un<br />

E L M ATRIMONIO E TERNO: MANUAL P ARA E L A LUMNO

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