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valores centrales y las normas sociales han sido considerados como factores que apoyan
y legitiman un sistema económico explotador de relaciones sociales. Incluso antes de la
era de la televisión, la Escuela de Frankfurt de teoría crítica sostuvo que la naciente
cultura de masas era una forma de control social que mantenía a las masas inactivas y
acríticas, transformándolas en consumidores pasivos de ocio banal. Lo irónico de esta
crítica marxista es que diferenciaba entre la alta cultura y la cultura de masas, y daba más
valor a la primera, a pesar de que se trataba del terreno de las clases altas educadas.
La reproducción cultural implica no solo la continuidad y el desarrollo del lenguaje y
de los valores y normas generales, sino también la reproducción de las desigualdades
sociales. Por ejemplo, la educación debería ser, en principio, una «gran niveladora», que
permite que las personas capacitadas de cualquier género, clase y origen étnico hagan
realidad sus ambiciones. Sin embargo, desde hace unos cuarenta años más o menos, un
gran número de trabajos ha demostrado que los sistemas educativos ayudan a reproducir
las divisiones culturales y sociales existentes.
Hasta la fecha, la teoría general más sistemática de la reproducción cultural es la de
Pierre Bourdieu 1 . Esta teoría relaciona la posición económica, el estatus social y el
capital simbólico con el conocimiento y las habilidades culturales. El concepto central de
la teoría de Bourdieu es el capital, cuyas diversas formas se utilizan para obtener los
recursos y para beneficiar a las personas. Las principales formas que identifica Bourdieu
son: el capital social, el capital cultural, el capital simbólico y el capital económico. El
capital social hace referencia a la pertenencia y participación en las redes de las élites. El
capital cultural se obtiene en el entorno de la familia y mediante la educación, y por lo
general posibilita obtener certificados, como pueden ser diplomas y otros títulos. El
capital simbólico se refiere al prestigio, al estatus y otras formas de honor, que permiten
a quienes poseen un alto estatus dominar a los que tienen un estatus inferior. Finalmente,
el capital económico hace referencia a la riqueza, los ingresos y otros recursos
económicos. Bourdieu afirma que estas formas de capital pueden ser intercambiadas.
Quienes poseen un alto capital cultural pueden ser capaces de cambiarlo por capital
económico; durante las entrevistas para puestos de trabajo bien remunerados, sus
mayores conocimientos y títulos les proporcionan ventajas sobre el resto de los
solicitantes. Aquellos que tienen un alto capital social pueden «conocer a las personas
adecuadas» o «moverse en los círculos sociales adecuados», y ser capaces de
intercambiarlo por capital simbólico, como es el respeto de los demás y un mayor estatus
social, lo que aumenta sus posibilidades de obtener poder. Estos intercambios siempre
se dan en los campos o ámbitos sociales que organizan la vida social, y cada campo
posee sus propias «reglas de juego», que no son transferibles a los otros.
El capital cultural puede existir en un estado encarnado, en la medida en que lo
llevamos incorporados a nosotros en nuestras formas de pensar, hablar y movernos.
Puede existir en un estado objetivado, a través de la posesión de obras de arte, libros y
ropa. Y se puede encontrar en formas institucionalizadas como las titulaciones
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