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jardinería. El juego evoluciona desde la simple imitación hasta los juegos más
complicados, en los que un niño de cuatro o cinco años de edad actúa imitando roles de
los adultos. Mead denominó a este fenómeno la «adopción del rol del otro», aprender lo
que se siente al ponerse en la piel de otra persona. Solo en esta etapa el niño comienza a
adquirir un sentido desarrollado de la identidad del yo, del «self». Los niños logran
comprenderse a sí mismos como agentes independientes, como un «mí», al verse a sí
mismos desde fuera, a través de los ojos de los demás.
La teoría de Mead se basa en la idea de que el «self» está compuesto por dos partes.
La primera parte, el «yo», es el niño no socializado, o el organismo humano con sus
necesidades y deseos espontáneos. El desarrollo de la segunda parte, el «mí», se produce
por medio de las interacciones sociales. Esto sucede a la edad de ocho o nueve años,
edad en la que los niños suelen participar en juegos organizados en vez de dedicarse a
juegos sin normas. Para aprender juegos organizados, los niños deben entender no solo
las reglas del juego, sino también su lugar en el mismo, junto con los demás roles que
hay en el juego. Los niños comienzan a verse desde fuera y, en lugar de adoptar un único
rol, asumen el rol de un «otro generalizado». Por lo tanto, se hace posible que los
individuos desarrollen su autoconciencia por medio de una «conversación interna» entre
el «yo» individual y orgánico y el «mí» generado socialmente. Y es esta conversación
interna a la que solemos referirnos como «pensamiento», por así decirlo, una forma de
«hablar con nosotros mismos». El desarrollo del sentido del «self» es la piedra angular
sobre la que se construyen las complejas identidades personales y sociales.
Cuestiones clave
Una crítica a la tesis de Mead es que el proceso de formación de la identidad del yo, del
«self», parece relativamente no problemática. Pero otros autores han sugerido que el
proceso está lleno de conflictos y de tensiones emocionales, que pueden dejar cicatrices
que duran toda la vida. En concreto, esto puede suceder en la socialización temprana,
cuando los niños adquieren su sentido de la identidad de género. Sigmund Freud y los
freudianos posteriores mantienen que los pensamientos y sentimientos inconscientes
juegan un papel mucho más importante en la formación del «self» y en la identidad de
género de lo que supone la teoría de Mead. El proceso a través del cual los niños y niñas
rompen sus lazos íntimos con sus padres puede ser traumático para muchos de ellos.
Incluso cuando el proceso es relativamente suave, puede hacer que los niños crezcan con
dificultades para construir relaciones personales. La formación del «self» es difícil e
implica la represión de los deseos inconscientes, un aspecto que está ausente de la tesis
de Mead. Otros autores plantean que Mead apenas menciona los efectos de las relaciones
desequilibradas de poder de los padres en la socialización de los niños, que pueden dar
lugar a identidades del yo que no funcionen bien y estén plagadas de tensiones internas y
contradicciones.
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