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rápidamente una gran relevancia en la década de los ochenta. La pérdida de la
biodiversidad se conoce al menos desde 1911, tal y como prueban los numerosos
intentos legislativos para proteger las aves y los animales amenazados. Pero no existían
instituciones internacionales que introdujeran una perspectiva política en este tipo de
preocupaciones. Lo que cambió en la década de los ochenta fue la implicación de las
empresas multinacionales que trataron de patentar recursos genéticos (como las especies
de las selvas tropicales), la creación de una nueva disciplina de «crisis» en la biología de
la conservación, el establecimiento de una infraestructura en Naciones Unidas que dio el
impulso político necesario y una serie de leyes dirigidas a preservar la especie. En
resumen, un grupo mucho más eficaz de «reivindicadores» estuvo interesado en plantear
estas demandas, y su unión hizo que el tema llegara a los primeros puestos de la agenda
medioambiental. Por supuesto, también hubo algunas quejas de los que las negaban, pero
en esta ocasión los «reivindicadores» resultaron ser demasiado fuertes y bien
organizados. Solo una explicación construccionista que preste atención a la construcción
histórica de esta demanda es capaz de mostrar claramente cómo y por qué tuvo éxito.
Cuestiones clave
A pesar de lo interesantes que puedan ser muchas explicaciones constructivistas, sus
críticos se oponen a su «escepticismo». Por ejemplo, el estudio de Hannigan de la
biodiversidad pasa por alto algo importante. ¿Es la pérdida de biodiversidad un problema
social y medioambiental cada vez más grave? Al construccionismo social no se le puede
plantear esta pregunta. Para ello, necesitamos el conocimiento experto de los biólogos,
los historiadores naturales y los científicos del medio ambiente. Muy pocos sociólogos
poseen el conocimiento experto necesario para participar en los exhaustivos debates
sobre la biodiversidad o sobre muchos otros problemas medioambientales. Para algunos
autores, como los críticos realistas, al no incluir estos conocimientos técnicos en el
análisis, la sociología se reduce a una serie de estudios del discurso que analizan
declaraciones, documentos y textos sin llegar nunca al fondo de la verdadera cuestión
que se investiga.
Otra crítica adicional es que el construccionismo social parece dar prioridad a la
política de producción de demandas, lo que a veces parece más útil para los movimientos
políticos y sociales que para la sociología científica. Demostrar cómo grupos sociales
relativamente poderosos son capaces de dar forma y de dominar los debates políticos es
una función útil, pero con mucha frecuencia, el construccionismo parece tomar partido
por los oprimidos. Por ello, se ha afirmado que la perspectiva está sesgada políticamente.
Por ejemplo, los movimientos de mujeres utilizan argumentos construccionistas para
demostrar que la esfera doméstica privada no es un «lugar natural» para las mujeres, y
que la maternidad y la crianza de los niños no constituye un obstáculo «natural» para la
igualdad de género. No se critica que dichos argumentos carezcan de legitimidad, sino
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