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Arturo Santa Cruz<br />

O como señalara Alexis de Tocqueville unos años después, a pesar<br />

de que México había adoptado la constitución estadounidense como modelo,<br />

“y la copió con exactitud considerable”, el problema era que los líderes<br />

mexicanos eran “incapaces de crear o introducir el espíritu y el sentido<br />

que le dan vida”. 18 A partir de ese episodio, escribió Edmundo O’Gorman,<br />

“México entra al sendero de la adaptación en lugar de al camino de la<br />

libertad”. 19<br />

Así, desde su vida temprana como país independiente, México guardó<br />

sentimientos encontrados y ambivalentes con respecto a su vecino del<br />

Norte: el epítome de la democracia era también un peligro expansionista.<br />

Es por ello que la Guerra de 1846-1848 fue tan devastadora para la causa<br />

liberal. Después de que la amenaza se materializara, la percepción negativa<br />

de los Estados Unidos imperó en México. La concepción maximalista<br />

de soberanía que surgió, una que veía como interferencia en las cuestiones<br />

internas cualquier discusión acerca de asuntos internos mexicanos en el<br />

exterior, se rodeó de un profundo sentimiento anti-estadounidense. Así,<br />

a partir de finales de la década de 1840, Estados Unidos se convirtió en<br />

un peligro permanente para la seguridad de México. Sin embargo, como<br />

posteriormente sucede con cualquier elemento formativo reprimido, el rol<br />

ejemplar de Estados Unidos ha surgido reiteradamente en México. La influencia<br />

que tuvo el primero en este último, así como la afinidad entre los<br />

programas políticos de algunos grupos en ambos lados del Río Grande-Río<br />

Bravo, no pueden ser simplemente descartadas. Como afirmara Octavio<br />

Paz: “los Estados Unidos son la negación de lo que nosotros éramos en<br />

los siglos dieciséis, diecisiete y dieciocho, y de lo que, desde el siglo diecinueve,<br />

muchos entre nosotros preferiríamos ser”. 20 De esa manera, la<br />

identidad del Estado mexicano ha sido en gran medida formada por su<br />

interacción con su vecino del norte.<br />

Por lo tanto, no es de sorprender que tradicionalmente México haya<br />

sido uno de los más fieles partidarios del principio de no-intervención en<br />

el hemisferio. Al respecto, es ilustradora la Doctrina Estrada de 1930, la<br />

cual sostiene que México no otorga o niega el reconocimiento a otro gobierno<br />

porque esa práctica “lastima la soberanía de las naciones” a cuyo<br />

18 Alexis de Tocqueville, Democracy in America, Regnery Publishing, Washington, 2002, p. 129.<br />

19 En Valdés-Ugalde, Francisco, op. cit. p. 581.<br />

20 Ibíd., p. 568.

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