Libro Blanco del título de grado en Arquitectura - Aneca

338 ANEXOS
palacio de Oriente) y Pedro Ribera (a quien se deben obras como la ermita de la Virgen del Puerto
o el puente de Toledo), de crear un Colegio de Arquitectura que expidiese títulos oficiales que sustituyeran
a los otorgados por los gremios. Por fin, quince años después, se instituyó formalmente la
Academia de San Fernando, aunque hasta 1749 no se formó la Junta Preparatoria destinada a organizarla,
para lo que se le concedió un plazo de dos años que se rebasó ampliamente pues, como
vimos, se tardaron tres en montar las enseñanzas y cinco más en redactar unos estatutos.
Lo primero que debe destacarse de esta fundación es su retraso respecto a las tendencias pioneras
en la Europa de entonces, pues en el instante en que se produjo, a iniciativa del primer Borbón español
que imitó con ello a sus parientes franceses, ya había transcurrido casi una centuria desde que
en París se creara una academia de pintura y escultura y cerca de siete décadas desde que se hiciera
allí lo propio con una de arquitectura. Además, mientras se consumían los trece largos años que
mediaron entre la creación formal y la puesta en marcha efectiva de la institución, apareció en el
país vecino la École des ponts et chaussées, alumbrada en 1747, cuyo primer director (que permaneció
en el cargo hasta su muerte, acaecida casi medio siglo después) fue Jean-Rodolphe Perronet
y cuya influencia acabaría llegando a España, también con muchas décadas de tardanza, reformando
profundamente los procesos educativos en el campo de la construcción.
En el territorio arquitectónico, la función a la que, de entre todas las que tenía encomendadas, prestó
menos atención la academia de San Fernando fue la de la configuración precisa de sistemas de
enseñanza. En rigor, no puede decirse que llegase a contar con un plan de estudios propiamente
dicho hasta el reinado de Fernando VII. Su capacidad de reconocimiento facultativo contó desde el
principio con la misma oposición gremial que su antecesora francesa. Cuando cinco años después
de su fundación nominal se constituyó la Junta Preparatoria, la Hermandad de Nuestra Señora de
Belén trató de ser reconocida, con el respaldo del Consejo de Castilla, como colegio de arquitectura
con atribuciones habilitadoras para el ejercicio profesional. La real cédula que en 1757 aprobó
los estatutos de la Academia prohibió taxativamente a esta hermandad “usurpar los títulos de colegio
de Arquitectos, Academia de Arquitectura u otros semejantes”.
Los exámenes a que se sometía a los aspirantes a la titulación, que andando los años se extendieron
de la academia de San Fernando a las de Valencia, Zaragoza y Valladolid, eran muy exigentes.
Siguiendo el procedimiento ya ensayado en los concursos para el pensionado de Roma (el primero
de los cuales se celebró en 1745, antes de formarse la Junta Preparatoria y de ponerse en marcha
las enseñanzas), constaban de dos pruebas, llamadas de “pensado” y de “repente”. En la primera
se desarrollaba un proyecto completo de edificio, en conjunto y en detalle, que se presentaba al
lavado. La segunda se realizaba en la propia academia en una sola jornada (la “encerrona”); en ella
se sintetizaba lo fundamental del proyecto en trazos rápidos a carboncillo y plumilla.
En contraste con lo estricto de las pruebas finales, las enseñanzas estuvieron durante mucho tiempo
muy poco reguladas y apenas merecían el nombre de tales. La pintura, la escultura y la arquitectura
eran entendidas como materias genéricas organizadas en “salas” compartidas por principiantes
y veteranos en las que se iba adquiriendo destreza por la práctica paso a paso y en ausencia
de programas precisos. La Academia hacía poco más que procurar locales en los que quienes
pretendían alcanzar la adecuada formación pudieran ejercitarse con notable penuria de medios y
escasa participación de los profesores, que al principio eran sólo dos y que prolongaban su magisterio
con los alumnos más prometedores en sus propios talleres.