Libro Blanco del título de grado en Arquitectura - Aneca

360 ANEXOS
cipación respecto a la academia de San Fernando de la que a partir de entonces pasó a llamarse
Escuela superior de arquitectura, lo cual requería la elaboración de un reglamento propio que, por
los motivos abajo explicados, aún tardó en promulgarse siete años.
La ley Moyano incluyó entre sus disposiciones lo que podríamos llamar una forma embrionaria de
estructura transversal de los estudios o, si se quiere, de organización departamental a la inglesa, al
establecer que las materias enseñadas en las facultades de filosofía y letras y de ciencias exactas,
fisicoquímicas y naturales se impartieran, salvo caso de fuerza mayor, sólo en ellas, para que acudieran
a cursarlas allí los alumnos de las demás carreras que las tuvieran incluídas en sus planes de
estudios. También estaba entre las previsiones de ulterior desarrollo de esta ley la de elaborar programas
generales para cada uno de los distintos tipos de centros de enseñanza superior a los que
nos hemos referido arriba, los cuales constituyeron un claro antecedente de lo que ahora llamamos
directrices generales de las titulaciones.
Un real decreto de septiembre de 1858 definió los programas generales de estudios para la carrera
diplomática y las de notariado, arquitectura e ingeniería. Por lo que a las citadas en los dos últimos
lugares se refiere, se ofreció un plan marco constituido por un esquema dividido en mitades:
tres años comunes y tres específicos de cada una. La parte común no tenía el carácter politécnico
de la experiencia emprendida diez años atrás, sino el de transversalidad departamental antes citado,
acorde al espíritu de la nueva ley e imbuido de fe en el enriquecimiento personal que es capaz
de proporcionar la ciencia pura. Esos tres cursos habían de seguirse en la Facultad de Ciencias, descrita
en el preámbulo del decreto como uno de esos “santuarios” donde se da “culto a la ciencia
por lo que en sí es”, sin subordinarla a “miras de inmediata utilidad material”, en que los alumnos
pudieran “comprender y sentir la sublime integridad de la ciencia” para que ya no se mirasen entre
sí “como rivales ni como extraños, sino como miembros de una misma comunión, consagrada a la
santa obra del progreso general”.
El programa general indicaba que durante esos primeros tres años se estudiarían álgebra, geometría
métrica, trigonometría rectilínea y esférica, geometría analítica de dos y tres dimensiones, cálculos
diferencial e integral, mecánica, geometría descriptiva, geodesia, física experimental, zoología,
botánica, y mineralogía con nociones de geología. Mientras seguían esos cursos, los aspirantes
habían de ejercitarse por su cuenta para adquirir la destreza gráfica que les permitiera “copiar a la
aguada detalles de edificios de todos los géneros”, necesaria para pasar un examen de ingreso en
la carrera propiamente dicha. Salvo unos años en que se volvió al sistema politécnico, esta organización
básica, que corregía la del plan de 1855 con una fase propedéutica que aunaba los estudios
en una facultad con una prueba gráfica muy selectiva preparada simultáneamente, se mantuvo
vigente durante casi exactamente un siglo.
Los tres años propios de la carrera se bosquejaron en el programa general de modo más impreciso
que los preparatorios. El conjunto de ellos se dividió en dos grandes bloques: el de materias relacionadas
con la construcción y el formado por el resto. La construcción comprendía tres partes: la
científica (que incluía mecánica, estabilidad, máquinas y aprovechamiento de aguas), la teórica (que
versaba sobre los materiales) y la práctica (dedicada a los cortes, monteas y replanteos). El resto
estaba constituido por la estética y la teoría del arte arquitectónico, la historia de la arquitectura, la
arquitectura legal, la higiene, la óptica, la acústica y los cursos de composición. Estos últimos se