Libro Blanco del título de grado en Arquitectura - Aneca

346 ANEXOS
se fundó en 1802 la Escuela especial de ingenieros de caminos y canales, que debe entenderse más
como un fruto algo tardío de la École des ponts et chaussées de 1747 que como producto de una
inmediata adaptación de la École polytechnique, ya que su función no era dar una instrucción
común a diversos tipos de ingenieros, sino sólo preparar a los que se han citado. Con todo, el retraso
que en materia educativa tenían los arquitectos españoles de entonces era mucho mayor aún.
La Escuela de Caminos tardó más de treinta años en otorgar titulaciones completas de ingeniero.
Cuando se inauguró, se accedía a ella con un examen de matemáticas y sus enseñanzas, como en
su modelo francés heredadas en buena parte de los métodos de los ingenieros militares, comprendían
dos años que permitían obtener el título de ayudante tercero. Más adelante se añadió un curso
más de contenido práctico. Su fundador, tras enemistarse con Godoy, salió de España en 1807 y al
año siguiente entró al servicio del zar Alejandro I. En 1810 promovió en San Petersburgo, en donde
murió catorce años después, una escuela de características muy semejantes a la de la española, el
Instituto de ingenieros de vías de comunicación.
Betancourt fue uno de los más destacados críticos de los anticuados sistemas docentes de la
Academia. En 1799 fue nombrado asesor de una comisión creada para reformar las enseñanzas de
arquitectura cuyos trabajos no cuajaron. En 1803, en un informe crítico sobre el estado de los
caminos y canales en el país, relacionó la incompetencia de los arquitectos en el proyecto y ejecución
de obras públicas con la formación que recibían. Allí dijo: “Es total la ignorancia de los
arquitectos en este género de obras por no tener la menor idea de los principios de Hidráulica (…)
No ha habido en España donde aprender… cómo se construye un muro. En la Academia de San
Fernando y en las demás que se intitulan de Bellas Artes no se enseña más que el ornato de la
Arquitectura, dándoles a los alumnos la patente para dirigir toda clase de obras de edificios, puentes,
caminos y canales.”
Plenamente coincidente con la negativa opinión de Betancourt y muy significativa por surgir del
propio seno de la Academia fue la de Ramón del Águila, marqués de la Espeja quien, con ocasión
de su nombramiento como viceprotector de ésta redactó, también en 1803, un informe sobre las
enseñanzas impartidas en la institución. De las de arquitectura señaló que con ellas no se había
conseguido “a pesar de las continuas providencias otro punto que la delineación práctica de los
órdenes”, pues no se estudiaban “la edificación y la distribución, partes tan esenciales de la arquitectura
civil”. Puso también el dedo en la llaga al denunciar que a los alumnos “por lo que hace a
la Hidráulica ninguna instrucción se les da, y así cuando se ven empeñados en alguna comisión para
construir un puente, una presa,… un canal de riego u otra obra cualquiera que no está limitada a
una decoración arquitectónica, se encuentran las más de las veces sin la menor instrucción para
poder desempeñar semejantes encargos, tan propios de su arte, y expuestos a cometer los mayores
absurdos en perjuicio del público y descrédito de este Cuerpo.”
Muy expresiva del ambiente interno de la Academia es esta otra observación, también de Espeja y
contenida en el mismo informe: “puede decirse con verdad que la Academia no forma a los arquitectos,
y una de las cosas que lo comprueban es que los discípulos que se hallan en esta clase son
canteros o albañiles; pues los que siguen la carrera de la Arquitectura, muy al principio abandonan
las aulas, y sólo concurren a casa de sus maestros.” Por estas palabras apreciamos que desde los
tiempos de la bottega y de los discípulos directos pensionados de los académicos franceses ciertas