Libro Blanco del título de grado en Arquitectura - Aneca

386 ANEXOS
En 1923, Anasagasti, en el preámbulo de su libro Enseñanza de la arquitectura (cultura moderna
técnico artística), escrito a partir de la ponencia Enseñanzas profesionales: laboratorios, viajes y
pensiones de estudios, que presentó en el IX Congreso Nacional de Arquitectos, celebrado en
Barcelona, escribió: “Es un error muy extendido entre nosotros (por eso han fracasado no pocas
intenciones generosas) que las reformas en materia de enseñanza se hacen desde la Gaceta, a golpes
de decretos”. Es significativo que tras ese preámbulo, el autor insertara un artículo que ya había
publicado (en aquella ocasión, en la revista barcelonesa Arquitectura y Construcción) un mes antes
de la aprobación del plan del 14, que trataba sobre la enseñanza en Munich y Viena, en cuyas escuelas
de arquitectura había encontrado muchas cosas buenas de las que no aparecen en los boletines
oficiales junto a otras de las que sí han de surgir de una reglamentación escrita.
De la escuela de Munich, Anasagasti alabó sobre todo sus instalaciones modernas (cuya comparación
con el “destartalado caserón de la calle de los Estudios, el más detestable de los edificios
madrileños destinados a la enseñanza” dijo herirle) y su organización interna. Estacó el interés que
allí se prestaba al dibujo de apuntes y a las maquetas (palabra que entonces aún se escribía a la
francesa, maquettes), el que los programas de las asignaturas estuviesen más descargados que en
España, que se dedicaran más horas a los trabajos gráficos que a las clases orales y el que éstas
se concibiesen como auxiliares directas del proceso de dar forma a la arquitectura. Se fijó en sus
aulas confortables abiertas doce horas al día en las que los alumnos dibujaban sin horario impuesto
y los profesores se alternaban en sus visitas (un híbrido entre el sistema de salas de la Academia
de San Fernando y el de taller integrado de modelo anglosajón). Y hasta llamaron su atención unos
encerados móviles por contrapesos que por recomendación suya acabaron instalándose en el edificio
de la escuela de Madrid en la Ciudad Universitaria estrenado en 1936, de las que aún se conserva
un ejemplar.
En la escuela de Viena, Anasagasti visitó la clase del curso elemental de proyectos, que contaba con
doce alumnos, de Heinrich Tessenow, socio fundador con Muthesius y otros de la Deutsche Werkbund.
Le impresionó que sus métodos de enseñanza se orientasen a sacar partido de la capacidad
del alumno sin forzar sus tendencias naturales, y no a la impartición de doctrina propia. Describió
admirado el proceso de debate común abierto y posterior ejecución individual de las fases del trabajo,
desde el croquis a la solución final, con sesiones de defensa y crítica públicas tras cada una de
ellas, en las que el maestro no intentaba imponer su criterio, llevando a cabo una “discreta intervención”
mantenida “en los límites que hoy le marcan los sistemas de enseñanza tolerante y libre”
y apreció que estas continuas discusiones generales tenían la misma función que los corrillos de
estudiantes españoles, pero mejoradas por la acción de guía y tutela del profesor, en vez de reprimidas
por éste como faltas de disciplina, cual era costumbre aquí.
Con la experiencia adquirida en aquellas dos visitas acrecentada por la suya propia de siete años
de docencia como único bagaje y teniendo presentes las reclamaciones formuladas por Arturo
Mélida treinta años antes,Anasagasti construyó su ponencia para el congreso de Barcelona, de cuya
comisión ejecutiva fue secretario con Joaquím Bassegoda como presidente. En realidad, el paladín
de la reforma y de la adopción de los buenos ejemplos europeos sólo estaba algo menos aislado y
desfasado en relación con lo que se hacía entonces en el extranjero que sus colegas de este lado
de los Pirineos. Su conocimiento de las novedades continentales era superficial y fragmentario.
Escrito muy prolífico, en su cuantiosa producción publicada sólo puede encontrarse sobre este asun-