Libro Blanco del título de grado en Arquitectura - Aneca

ESTUDIOS DE GRADO EN ARQUITECTURA 345
combinadas según leyes simples (las de la armonía o la gramática) en orden sucesivo de complejidad
permiten crear cualquier melodía o expresar cualquier pensamiento antes desconocidos y de
manera inagotable.
Estas unidades elementales eran en el método de Durand partes completas en sí mismas a una
escala dada (una escalera, por ejemplo, constituía un elemento de un vestíbulo; a escala superior,
ambos se integraban en un edificio como una parte autónoma; el edificio en su totalidad configuraba
a su vez un elemento de un conjunto). Estas partes estaban tan sistemáticamente catalogadas
como los componentes de los estilos y resultaban combinables e intercambiables y, por tanto, transferibles
de un catálogo a un proyecto, de un proyecto a otro o de un edificio a un proyecto. Se usaban
los mismos criterios taxonómicos para identificar los elementos en los procesos de enseñanza
y en la práctica del proyecto, aunque la relación de éstos con el conjunto era en la primera inversa
a la de la segunda. Los profesores de la época recalcaban que para estudiar la arquitectura debía
comenzarse por las partes para acabar llegando al todo, mientras que para componer un edificio, el
camino había de ser el contrario. Este principio, igual al seguido desde bastante tiempo atrás para
aprender a dibujar, se mantuvo inamovible durante más de un siglo.
La composición de edificios mediante la combinación de elementos se realizaba sobre el entramado
geométrico del que se ha hablado arriba y, por tanto, en planta, lo mismo que la elección del
parti por correspondencia estructural entre funciones y tipos y que el dimensionamiento derivado
de los sistemas constructivos. El propio Durand indicó que una vez encajado en planta el croquis
de un edificio, el proyecto de éste está prácticamente terminado, “al venir a colocarse como por sí
mismos los últimos detalles en las plantas compuestas de esta manera”, añadiendo que “respecto
a la sección, en su mayor parte viene dada por la planta” y que “el alzado estará compuesto en
cuanto lo estén la planta y la sección… (sin) más que añadir algunas decoraciones escultóricas”.
No puede decirse que hayan existido alternativas a este modo de concebir el orden de definición de
un proyecto, que seguía rigurosamente los criterios de la geometría descriptiva de Monge, hasta el
desarrollo de la infografía, ya en tiempos recientísimos.
Con este método aprendieron a componer edificios durante todo el siglo XIX y las primeras décadas
del XX tanto los ingenieros como los arquitectos. En Francia lo aplicaron antes éstos que aquéllos;
en España, como en seguida veremos, el orden de su adopción fue el inverso. Aunque nacido
en el ambiente académico (hay evidencias de que ya lo empleaban a mediados del XVIII arquitectos
como Soufflot, si bien su exposición sistemática no se produjo hasta 50 años después), era profundamente
antiacadémico en cuanto opuesto a la tradición clasicista francesa vigente desde la
mitad del XVII. No obstante esto, a causa de su convivencia en la École des beaux-arts con una enseñanza
del dibujo que en nada había variado, ha pasado a la historia con el nombre de método académico
de composición. La revolución pedagógica auspiciada por la Bauhaus, de la que ya se ha
hablado aquí, arremetió conjuntamente contra un academicismo en el que se incluían los procedimientos
tradicionales para aprender a dibujar, el método durandiano y el historicismo.
Como ya se ha adelantado, los nuevos aires que soplaban desde el país galo les llegaron en España
antes a los ingenieros que a los arquitectos. En 1799, por una real orden de Carlos IV de 12 de junio,
se crearon la Inspección general de caminos y canales y el Cuerpo de ingenieros de caminos. Desde
1801, fue inspector general el tinerfeño Agustín de Betancourt (o Bethencourt), por cuya iniciativa