Libro Blanco del título de grado en Arquitectura - Aneca

ESTUDIOS DE GRADO EN ARQUITECTURA 387
to, salvo varias crónicas e impresiones de viajes, un artículo de 1916 sobre la arquitectura alemana
con referencias tardías a la Deutsche Werkbund, otro de 1919 sobre el Futurismo dando noticias de
aquel movimiento ya agotado con cinco años de retraso y una necrológica de Otto Wagner que apareció
en 1918, ésta sí puntualmente tras el fallecimiento del austriaco.
Muy revelador de aquella desconexión es que Anasagasti hubiera escrito en 1914 “Henrich
Tesseron” el nombre del profesor con el que había coincidido en Viena (cuando Tessenow ya había
realizado sus muy justamente celebradas y ampliamente difundidas obras de la ciudad jardín y el
instituto Dalcroze de Hellerau) y que mantuviese las erratas en el nombre y el apellido al reeditar
su artículo nueve años después. Mas llamativa aún es la falta en la ponencia y en el posterior libro
de cualquier mención a la Bauhaus y de cualquier signo de que su autor hubiese oído hablar de la
experiencia de renovación pedagógica radical emprendida por aquella escuela alemana, ni en su
primera etapa (de influencia expresionista, romántica exaltación de la hermandad gremial y la unidad
entre las artes y reivindicación del artesanado), a la que ya nos hemos referido, ni en la que
estaba justo en aquellos momentos gestándose (mientras Anasagasti preparaba su libro, Gropius
hacía lo propio con la primera exposición de trabajos realizados en la Bauhaus bajo el lema: arte y
técnica: una nueva unidad).
Con todo, sea porque siempre hay ideas que flotan en el ambiente y se captan sin noción precisa
de su procedencia, sea porque la revolución bauhasiana nació de un caldo de cultivo de concepciones
didácticas genéricamente germánicas con el que Anasagasti sí había entablado contacto,
bastantes de las ideas sometidas por éste al congreso de Barcelona iban en la misma línea de lo
practicado en la institución dirigida por Walter Gropius. Pero, sin duda, algunas de sus propuestas
habrían sido bastante menos tímidas de haber conocido la alternativa tajante a la propedéutica académica
contenida en la experimentación con las formas abstractas y con los materiales que fundamentaba
el curso preliminar que se impartía en Weimar, o la organización de los talleres dirigidos
conjuntamente por un “maestro de forma” y un “maestro artesano” (ducho ente último en el manejo
del material concreto a que cada taller se dedicaba), o las relaciones con la industria y la producción
en serie que estaban empezando a practicarse allí. Aunque también cabe augurar que con
este plus de osadía, la ponencia se habría encontrado aún con más rechazos que los que tuvo.
El congreso encomendó la redacción de una ponencia de conclusiones a someter al pleno a una
comisión integrada por el propio Anasagasti, Pere Doménech y Francisco Azorín, los tres profesores
de las escuelas de Madrid y Barcelona, la cual elaboró un decálogo que resultó aprobado por aclamación,
pero no contó con el respaldo institucional de los centros que impartían las enseñanzas de
la carrera, pese a que se suavizaron las reclamaciones que podrían haber herido más susceptibilidades.
Pero tales precauciones resultaron estériles. La escuela de Madrid ya había anunciado antes
de las deliberaciones, un oficio dirigido a Bassegoda por su director, Vicente Lampérez, que se abstendría
de intervenir en el asunto, amparándose, con una interpretación bastante forzada del reglamento,
en que Anasagasti no había presentado previamente la ponencia a la Junta de Profesores, y
no cambió su postura. La escuela de Barcelona tampoco se pronunció.
Anasagasti había pedido la eliminación de la copia servil y mecánica de láminas y la del lavado, al
que dedicó las más encendidas diatribas (“inútil nadería” de la que son típicos los “modelos melifluos
con sombras relamidas y reflejos chispeantes... perpetuamente iluminados por un sol que