Libro Blanco del título de grado en Arquitectura - Aneca

356 ANEXOS
bellas artes, aunque el de 1848 no llegó a aplicarse nunca, pues los alumnos que se hubiesen integrado
en él estaban en esos momentos cursando el segundo año en la Escuela Preparatoria. En
efecto, un real decreto de enero de 1850 aprobó aquel plan, que no introdujo gran cantidad de
reformas en el anterior, aunque las que hubo reforzaron considerablemente el carácter ingenieril de
la carrera y la acercaron todavía más a la inicial propuesta de Lallave.
El plan de 1850 tuvo naturaleza interna y no afectó a la formación común con las ingenierías que
daba la Escuela Preparatoria. Mantuvo las enseñanzas especiales en cuatro años, pero las concentró
aún más que anteriormente, al contar con dieciséis asignaturas en vez de catorce. Cada vez se
iba notando una mayor exigencia de dedicación temporal de los alumnos (ya en 1844 se habían
establecido seis horas diarias de clase, sábados incluidos y en jornada diurna, y no las cuatro nocturnas
que había recomendado Lallave). La composición se desdobló en el cuarto año en una parte
práctica y otra teórica. Esta última, en unión de la “práctica del arte” (desaparecida en el plan de
1845 y recuperada entonces), compensó la desaparición de la “historia general de las bellas artes”.
La única disminución, sólo nominal, fue la de “análisis de materiales”, cuyos contenidos se incorporaron
a la “teoría general de la construcción”, reproduciéndose con ello la fusión de temarios que
ya había existido en 1845.
Las incorporaciones más significativas fueron las de la hidráulica, que ya estaba en el plan del 45
pero no en el del 48 y que en aquella ocasión se incluyó bajo la denominación de “aprovechamiento
de aguas” en tercer curso, y la de una asignatura de “construcción de caminos” en segundo. Con
ello, y teniendo en cuenta que los puentes y los faros eran temas muy comunes en los enunciados
de los ejercicios de composición y del ejercicio final de carrera, sólo quedaron fuera del repertorio
de materias aconsejado por Lallave en 1841 los puertos y el laboreo y construcción de minas. Por
otra parte, en el plan de 1850 se invirtió el orden de ejecución de las pruebas de dicho ejercicio final,
ya que se entendió que con un tema único y un repente a elaborar por duplicado en una encerrona
de una jornada (los dos ejemplares se sellaban y uno de ellos se guardaba en sobre lacrado) se
garantizaba mejor la autoría del posterior pensado, para cuya ejecución se concedían dos meses.
En 1855, un real decreto firmado por Francisco de Luxán, ministro de Fomento, volvió a suprimir
las enseñanzas de los maestros de obras con el argumento de que esta profesión se había restaurado
( como se recordará, en 1817) ante la escasez de arquitectos derivada de la interrupción de
los estudios y la paralización de las obras durante la Guerra de la Independencia, por lo que, con
el estado de necesidad debían desaparecer quienes estaban “revestidos de unas atribuciones que
se aproximan a las del arquitecto, sin que se les hayan procurado los conocimientos que éste
adquiere en su larga carrera” y que eran “ mucho... para simples agrimensores, poco para verdaderos
arquitectos”. La eliminación de los maestros de obras vino acompañada de la de los directores
de caminos vecinales.
Para cubrir el hueco, que muy pronto volvería a cerrarse por sí mismo, se crearon escuelas de aparejadores
y agrimensores dependientes de San Fernando (en particular, de su Escuela especial de
arquitectura) y de las cuatro academias de primera clase. La carrera de aparejador comprendía
cuatro años, el primero común con la de agrimensor, que sólo tenía dos. Las enseñanzas no incluían
parte artística ni cursos de composición, y no aportaban más que una ligerísima base científica.
Estaban orientadas hacia la práctica de la ejecución de la obra, complementada con nociones