Libro Blanco del título de grado en Arquitectura - Aneca

ESTUDIOS DE GRADO EN ARQUITECTURA 363
de 1855, la tecnología estuvo integrada en la asignatura de arquitectura legal y en el de 1850 había
recibido el nombre de Práctica del arte, entendiendo en este caso el arte como oficio.
Dentro del conjunto de disciplinas que configuraban el bloque no constructivo del programa general
de 1858 perdieron también peso relativo las materias no volcadas de una manera directa al
ejercicio del proyecto. Así, de la tríada formada por la higiene, la óptica y la acústica sólo subsistió
la primera, que se incorporó, unida a la arquitectura legal (prevista igualmente en el programa
general) a una asignatura de Policía y viabilidad urbana, primera inclusión en la enseñanza de la
arquitectura en España de una materia de carácter urbanístico. Se eliminó la estética y se mantuvo
la Teoría del arte arquitectónico, aunque esto último no debe entenderse como una reducción,
sino como un cambio en la concepción de la segunda de las disciplinas citadas; enseguida lo veremos.
En cambio, resurgió la Topografía teórica y práctica, que no estaba en el programa general y
sólo en su parte gráfica en el plan de 1855, aunque con nada más que una clase alterna de hora
y media en primero.
La beneficiaria de las fusiones y disminuciones arriba reseñadas fue la enseñanza de proyectos,
organizada en secuencia a lo largo de los cuatro años del segundo ciclo con asignaturas que en esta
ocasión no se llamaron de composición ni de invención, sino de Dibujo, con una carga docente conjunta
de más de un sesenta por ciento de la total de la enseñanza especial y de casi un cuarenta
por ciento de la carrera completa, sin computar los tiempos invertidos en la preparación del ingreso
gráfico y el proyecto final, que en 1864 adoptó el nombre de Ejercicio de reválida. Estas proporciones
son más llamativas si tenemos en cuenta que en el nuevo plan, la exigencia de dedicación
de los alumnos había aumentado: de las cuatro horas diarias propuestas por Lallave y las seis establecidas
en 1845, se pasó a siete. De ellas, tres y cuarto correspondían en primer curso, tres en
segundo y seis y cuarto cada uno en tercero y en cuarto a esta línea de proyectos.
La sucesión del aprendizaje compositivo obedecía a la ortodoxia sentada años atrás: contando con
una destreza gráfica adquirida de acuerdo a la tradición propiamente llamada académica y acreditada
con el examen de ingreso, se seguía el proceso proyectual desarrollado en Francia en el periodo
ilustrado al que, ya con menos propiedad, también conocemos como método académico de composición,
pasando de la copia a la invención, y de las partes o elementos al todo. Esto no era, evidentemente,
ninguna novedad. En los últimos años de la academia de San Fernando y en todo el
recorrido que hasta ahora hemos repasado de la escuela de arquitectura se venía actuando así,
mientras los estilos históricos ajenos al clasicismo iban penetrando poco a poco en la enseñanza.
Pero sí era nueva la claridad con que en el plan de estudios de 1864 se reflejaba el modo en que
los procedimientos expuestos por Durand de los que tuvimos ocasión de hablar páginas atrás se
habían puesto al servicio de la arquitectura del momento, es decir, de la historicista, sin perder su
identidad originaria. En los planes de estudios que aún nos quedan por conocer no volveremos a
encontrar un tan exacto acomodo entre las tendencias de la época y los cambios producidos en
los sistemas educativos para responder a ellas. La secuencia se iniciaba con el dibujo de primer
curso, en el que los alumnos, que ya habían llegado en el ingreso a copiar a la aguada detalles
arquitectónicos, daban un salto de escala, copiando “edificios o sus partes”. Así quedaban con un
año de ventaja en su progreso respecto a sus antecesores del plan 1855 y podían dedicar los tres
cursos siguientes a la invención.