Libro Blanco del título de grado en Arquitectura - Aneca

ESTUDIOS DE GRADO EN ARQUITECTURA 375
Echegaray. En la práctica, esto supuso la restauración de la fase propedéutica anterior, aunque una
real orden de enero de 1891 precisó que las asignaturas a superar en la Ciudad Condal y en la capital
habrían de ser las mismas, lo que tendría que haber producido en las enseñanzas catalanas no
pocos ajustes que no llegaron a llevarse a efecto, pues la “Politécnica” desapareció antes de que
diera tiempo a emprenderlos.
En abril de 1891, la Sociedad central de arquitectos pidió para la escuela de Madrid las mismas condiciones
concedidas de hecho a las de Barcelona, así como la supresión de la Escuela General, que
estaba produciendo el efecto, similar al de la Preparatoria de 1848, de preferencia de los alumnos
que salían de ella por el seguro futuro funcionarial que se les ofrecía en Caminos. Tampoco los ingenieros
de esta rama estaban contentos con la “Politécnica”, que desatendía la sólida formación
científica que para sus alumnos reclamaban. Los complementos competenciales en los estudios
especiales a que obligaba la falta de especificidad de los preparatorios era igualmente motivo de
creciente disgusto en las otras cinco escuelas superiores afectadas. En esta situación, y a instancias
del entonces ministro de Fomento, Aureliano Linares Rivas, las Cortes aprobaron en julio de 1892 la
suspensión de la Escuela General en los presupuestos del Estado para el periodo 1892-93. Un real
decreto emitido inmediatamente ratificó la desaparición de la institución, con lo que el régimen
académico de las enseñanzas de arquitectura se retrotrajo en todos los aspectos a 1875, y en esas
condiciones permaneció durante cuatro años más.
En ese tiempo, se hicieron varias intentonas de definición de un nuevo plan de estudios. En
diciembre de 1892, el Claustro de Profesores de la escuela de Madrid llegó a tener a punto una
propuesta que finalmente no cuajó. Del debate que llevó a formularla, merece la pena destacar
el voto particular del catedrático de modelado, Arturo Mélida, que reclamó una reforma radical
de las enseñanzas gráficas, la cual corrió entonces la misma suerte que el plan al que se oponía,
pero resultó premonitoria de los cambios que acabarían produciéndose muchísimos años después.
Mélida defendió una formación plástica específica de arquitectos, “sin un solo punto de
contacto con la que se da a pintores y escultores”, basándose en que los elementos más necesarios
del arte arquitectónico son “línea o trazo y forma corpórea”, propugnando el uso del color
sólo para el ornato sin relieve y rechazando el abuso de ”la acuarela fácil y engañosa”, propia
del claroscuro imitativo de los pintores.
Como medidas concretas de reforma, Mélida reclamó en aquella ocasión: la sustitución de la
copia de estatua por la del natural de motivos decorativos; la de los cachos (que se copiaban
del yeso y ejecutaban a aguada) por la reproducción de elementos arquitectónicos de los que no
se estudiaban en la clase de Detalles, representados a línea (por ejemplo, para el arte japonés,
que Miguel Aguado consideraba “un modo de dibujar de arquitectos”) o con los colores planos
(para la decoración polícroma o la cerámica persa, griega o árabe); la prescripción del uso del
color en la asignatura de Detalles (para que éstos se dibujaran sólo en claroscuro); y la obligación
de llegar al desarrollo ejecutivo en todos los años de proyectos (incluido el primero, con
plantillas a escala natural o modelos de bulto). Casi todas estas iniciativas, completo revulsivo
de la ortodoxia académica, acabaron llevándose a cabo, aunque aún hubieron de esperar entre
cincuenta y setenta años. Incluso, en los primeros años ochenta del siglo XX, resucitó en varias
escuelas el tipo de acuarela tan denostado por Mélida, que en algunos casos siguió practicándose
hasta mediados los noventa.