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El César vs. el Estado

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avispas que los mosquitos. Conviven juntas en un mismo espacio y todas<br />

conocen su lugar en este mundo, tanto las oriundas como las<br />

inmigrantes. Son ejemplares.<br />

—¡Cómo te gustan los animales!<br />

—Si entre los miembros de la misma especie se inventaran los<br />

idiomas, padecerían <strong>el</strong> mismo síndrome que nosotros: que no se<br />

entendería ni dios. Sin embargo, cada especie habla con <strong>el</strong> timbre por <strong>el</strong><br />

que se reconocen sin querer diferenciarse los d<strong>el</strong> norte de los d<strong>el</strong> sur, los<br />

autóctonos de los emigrantes; así todas se entienden perfectamente y no<br />

tienen problemas. Con los sapiens es diferente.<br />

Es coherente lo que dice <strong>el</strong> escudero porque efectivamente, la Torre<br />

de Bab<strong>el</strong> es un fenómeno genuinamente civilizombi. Las aves se<br />

entienden tal y como dice <strong>el</strong> franciscano de Asís y <strong>el</strong> escudero de la<br />

Mancha y diría cualquiera que conciencia tuviera. ¿Para qué tantas<br />

lenguas si no nos enteramos ni con la nuestra? Cada ave tiene su propio<br />

timbre para expresar <strong>el</strong> lenguaje sonoro, igual que cada mamífero<br />

terrestre o marino, pero sus contenidos son comunes. Con las palabras,<br />

<strong>el</strong> canto de los sapiens, no pasa exactamente lo mismo. Naturalmente<br />

nos entendíamos con lenguajes más rápidos y sofisticados como la<br />

t<strong>el</strong>epatía pero ahora, nadie se entiende ni con uno mismo.<br />

Para no ser puntualizado por Sancho [en este aspecto como en casi<br />

todos tiene razón], añadiré dejando a las aves que no tienen Torre de<br />

Bab<strong>el</strong>, una puntualización más que no somos capaces de escuchar. De<br />

entre los aspectos que diferencian los atardeceres otoñales de los<br />

primaverales, los campos de cereales son hermosamente notorios.<br />

Cuando esos m<strong>el</strong>anomas en la pi<strong>el</strong> de Madre Tierra están verdes y son<br />

jóvenes, las espigas tienen una <strong>el</strong>asticidad y vigorosidad que permiten que<br />

se balanceen acompasadamente cuando las mece <strong>el</strong> viento. Parecen<br />

sincronizadas y ninguna va contra corriente. Se acarician, se tocan y esas<br />

sinapsis permiten la transmisión de sus mensajes. Se cuentan si viene<br />

alguna plaga o si las están fumigando, se cuentan si alguna lombriz hace<br />

cosquillas en sus pies o si los pulgones las están chupando la sangre. Se<br />

entienden a la perfección aun conviviendo en un espacio con altísima<br />

densidad de población. Cuando las sopla la brisa para que se cuenten sus<br />

cuitas y <strong>el</strong> sol está muy bajo, las ilumina y se ensombrecen formando olas<br />

verdes en la estepa. La sincronía de su acompasada danza y la b<strong>el</strong>leza<br />

cromática con la que se iluminan sus frecuencias facilita que la mente se<br />

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