El César vs. el Estado

imposición de la Historia de Matrix lo ha vomitado como el lúgubre y
pérfido Felipe II, adorado y admirado sólo por los que se creen
cegadamente esta gloriosa manipulación pero al fin, un personaje
siniestro para los que realmente lo conocimos; tan infausto como
muchos más que ha parido la bastarda realidad de Matrix. (¿Qué dirá la
Historia de los actuales Carlos y Felipe?).
«¡Puuuuuuff¡» fue lo único que se escuchó del escudero. La pista por la
que están paseando conduce hacia el suroeste y la orografía permite que
se domine perfectamente esta parte del chichón. La alambrada del fondo
y unas garitas de vigilancia recuerdan que ¡más allá, prohibido pasar!, ya
sea por estar finisterra o por ser militar. Como la perseguida pareja no
puede escapar, la otra pasea sin ansiedad observando lo que deja a su
paso cercano, una tierra reseca y abandonada que clama vegetación y a lo
lejos, una tierra desértica o edificada que anuncia el Apocalipsis de los
creyentes y la próxima extinción.
Tanto silencio de Sancho tiene una explicación y es un hobby que le
causó fascinación. A lo alto de la ladera norte del Viso de san Juan, llega
una brisa ascendente que aprovechan los «pilotos» de los aviones radiodirigidos
para hacer piruetas y persecuciones. Aunque Sancho los vea del
mismo tamaño de los que surcan el horizonte, realmente son muchísimo
más pequeños; son tan diferentes en todo que se podría decir que
mientras que uno es real, el otro es virtual, uno es real y el otro es Matrix.
¡Pero cuidado! como Madrid, resulta que realmente también existen.
(Ninguno es real, avión y aeromodelo son Matrix, como la cuchara en
Matrix). Son réplicas en miniatura de los caza bombarderos invisibles a
los radares o pacíficos veleros que sin necesitad de ningún remontador
artificial, se ponen a volar en cuanto se les deja de cara al viento.
Mientras que los aviones hacían en el aire sus propias acrobacias, se
produjo en tierra un hecho puntual. De las dos parejas, los tres sapiens
fijaron sus miradas por primera vez; los tres estaban parados, uno
esperando al perro y los otros observando a los aviones en vuelo. Los
tres se dieron cuenta de que estaban allí y que no pintaban nada con los
aviones de juguete; su estar se debería a otras cuestiones más
relacionadas con el espacio multidimensional que con el aéreo.
Cuando el perro llegó junto a su compañero, siguieron paseando
como de la mano hasta que al traspasar la pista de aterrizaje y lugar desde
donde se pilotaban las naves, volvieron a separarse. El can se perdió
ladera abajo y el civilizombi siguió por la pista atento de que no volviera
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