El César vs. el Estado

El prólogo de este capítulo termina con la reunión de los
mandamases machistas de ambos lados de la contienda.
Por un lado, el consejo de notables galos hace gala de sus
conocimientos sobre la Ley de la Causalidad: los bosques no se
miden si no es por una razón. Panorámix es un druida cabal y hace la
pregunta adecuada «¿por qué?»
Por otro lado, el arquitecto está aprendiendo la lección de que en
un entorno natural no hay que hacer ningún trabajo; se reúne en la
enfermería con el centurión y mediante coacción y miedo, se «decide»
proteger la operación. Mientras que el arquitecto o los políticos
preguntan si la crisis ha acabado, la experiencia del esculapio
sentencia a los descerebrados: ¡Mucho me temo que no haya hecho
más que empezar! He imagino que así será porque el cómic acaba de
comenzar (¡¡Y la crisis también!!).
Qué trabajo me está costando conocer al narrador. Empieza a
envolverme de tal modo y manera que no sé cuándo cortarlo o
cuándo utilizarlo.
—Con la entrada marcial de los esclavos, comienza el desarrollo
de las aventuras —me dijo el viejo—. Descaradamente se les llamaría
esclavos pero en el siglo XXI se hacía sólo de manera clara: utilizando
la palabra «trabajadores» e incluso técnicos o titulados superiores.
—Menudo garbo tienen los iberos desfilando —le he dicho
comentando el detalle.
—Como estás viendo, los hispanos son harina de otro costal. De
todos los esclavos, son los primeros en rebelarse y en quedar
dispensados de trabajar. ¡Olé! Después vienen los belgas por
recordar lo que hicieron los flamencos en la decadencia del Imperio
Hispano y después los lusitanos por la Revolución de los Claveles.
—Lo que mola de los iberos es que además —le he subrayado—,
no se cortan ni un pelo: se quejan ante la más alta autoridad porque
con sus gritos, no les dejan descansar de hacer nada. ¡Eso sí que es
reivindicar! ¡Eso sí que es Rebeldía! ¡Eso es estar testosteronizados!
¿Será por causalidad o eran así los españoles?
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