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El César vs. el Estado

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—He dicho lo que he dicho porque creo que la búsqueda ha<br />

concluido —reb<strong>el</strong>ó Sancho—. ¡La causalidad!<br />

—Se me debe de estar quedando seco <strong>el</strong> seso porque tampoco me<br />

entero.<br />

—Digo que es posible que seas la razón de la decisión.<br />

En vista de que <strong>César</strong> no entendía lo que <strong>el</strong> escudero sugería, Sancho<br />

lo invitó a hablar con don Quijote que sería quien le aclarara los<br />

pormenores y los detalles. No sabe explicar lo que siente ni <strong>el</strong> porqué ha<br />

sido la primera persona a la que pregunta <strong>el</strong> nombre. Así quedaron un<br />

rato en silencio contemplando <strong>el</strong> desértico, urbanizado o urbanizable<br />

paisaje y observando los lejanos movimientos de Alcor. Don Quijote<br />

seguía inmóvil poco más arriba y la brisa continuaba acariciando la cara y<br />

los brazos de todos los que quisieran sentirla aunque por lo que se ve,<br />

sólo se trate de estos tres.<br />

Sin que se sepa ni se le pregunte <strong>el</strong> porqué, Alcor fue subiendo<br />

tranquilamente por la ladera pero igual que le pasaba a Penélope,<br />

desandaba sus pasos cuando un conejo salía a su lado escapándose ladera<br />

abajo. Poco a poco y sin ningún agobio, llegó jadeando hasta donde los<br />

contertulios estaban en silencio, y al ruido d<strong>el</strong> tráfico rodado hubo que<br />

añadir la respiración ac<strong>el</strong>erada que provoca la transpirable lengua d<strong>el</strong><br />

perro. Allí se mantuvo de pié un rato y en vista de que <strong>el</strong> jadeo era<br />

intenso, se levantaron para continuar con <strong>el</strong> paseo.<br />

Como ya se ha dicho, <strong>el</strong> progreso civilizado ha rasurado de árboles <strong>el</strong><br />

chichón d<strong>el</strong> calvo Salomón y su consecuencia más directa y nada<br />

colateral es no poderse resguardar de la inclemencia de esta temperatura<br />

de ficción otoñal. Al alcanzar al punto geodésico, Sancho se encargó de<br />

las presentaciones que empezaron por Alcor y no terminó por <strong>el</strong> que<br />

dice ser <strong>César</strong> porque antes de que pudiera hacerlo, saludó al caballero:<br />

—Caballero don Quijote… —dijo <strong>César</strong> con lealtad eterna.<br />

—Caballero Alcor… —dijo don Quijote con gratitud y<br />

consideración—. <strong>El</strong> tiempo te ha tratado bien ¿cómo te encuentras?<br />

—Alcor… —añadió don Quijote dirigiéndose al perro y<br />

acariciándole la cabeza y <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo.<br />

Sancho se quedó sorprendido por <strong>el</strong> fugaz reconocimiento de los dos<br />

maestros o los dos alumnos y consideró que sería una de tantas alquimias<br />

que la Caballería Andante se tiene reservada. Es una ventaja no ser<br />

Caballero por algunos endriagos y compromisos en los que hay que<br />

meterse pero en otros menesteres, <strong>el</strong> escudero desearía serlo para<br />

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