El César vs. el Estado

Hamlet no sería un personaje tan cutre y tan cobarde, sería alguien tan
glorioso como tú que sí te llaman Sancho por el rey asesinado.
—Pues todavía tenía otra alternativa —se sacó el escudero de la
manga—. Hablamos tanto de cegatos que podría haber sido por Claudio
Apio el Ciego, el patricio romano de amplia cultura y una de las
mentalidades más abiertas de su época que construyó la Via Appia.
Cicerón alabó su discurso.
—Aclárate con los nombres porque dependiendo de lo que quieras
subrayar, sería uno u otros. Que Séneca escribiera ampliamente sobre la
suprema idiotez de Tiberio Claudio César Augusto Germánico, fue
suficiente para utilizarlo en Hamlet y «sustituir» a mi padre. ¿Qué pintaría
tu Claudio en mi Hamlet?
—No avasalle que ya me había enterado de a quién se refería.
Respondiendo a su pregunta podría decirle que mi Claudio podría haber
sido tu Horacio.
—Si supieras quién fue Horacio, el modelo perfecto de las virtudes
clásicas para los eruditos del renacimiento, el poeta latino coetáneo de
Astérix que supo combinar los placeres mundanos con la paz del campo
además de honesto y enamorado, sabrías por qué no utilicé a tu Claudio
Ceco que no aceptó la paz de Pirro, el rey de Épiro, y nombré a mi
maestro Cide Hamete con el nombre de Horacio.
—También lo podría haber utilizado — pirueteó Sancho por otro
lado— porque el tartaja entró en el Senado cuando contaba con más de
cuarenta y seis años, o sea, frisando como vuesa merced con los
cincuenta.
—También Sancho. ¿Dices esto por si Claudio era mi encarnación?
¿Volvemos con la tragedia o vas a seguir enredando?
—Disculpe, tiene razón. No controlar la dispersión provoca errores
y horrores. Confundirle con su padre puede ser un sacrilegio. En cuanto
pueda, leeré Hamlet.
Nadie que conozca a «Nadie»,
el nombre de este narrador,
pensará que caiga en el craso error
de olvidarse de los otros dos.
De esos miembros de la cuadrilla
se contará la breve pesadilla
que juntará cola con barbilla
de una humilde pescadilla.
Casi todos los sábados noche
salen de juerga incendiaria
pero no queman la red viaria
ni tiene que ver con los coches.
Ese alcohol que queman por dentro
corroe hasta el último momento
de las «Noches en Blanco» satén
que se convierten en un infierno.
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