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El César vs. el Estado

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escuchaba <strong>el</strong> diálogo con suma atención; como es natural se fijó en <strong>el</strong><br />

nombre d<strong>el</strong> can que seguro que no es casual.<br />

—Soy muy malo para los nombres —reconoció Sancho— y como<br />

seguro que es curiosidad, no le voy a preguntar por los otros maestros y<br />

así los dejaremos en paz.<br />

—Pues deje que para que estemos más en paz, necesite afirmar que<br />

no creo en la casualidad con la que tanto insiste porque somos la<br />

consecuencia de la causalidad. En momentos muy puntuales, algunos<br />

reb<strong>el</strong>des han tomado la decisión de salir de la fatal casualidad y de la<br />

divina causalidad para vivir «a lo natural». En lo est<strong>el</strong>ar d<strong>el</strong> reb<strong>el</strong>de pero<br />

también en la respuesta de la humanidad, acontecen sucesos<br />

extraordinarios que se quedan grabados en la memoria y que la Historia<br />

se encarga de tergiversar; por esto somos víctimas de la causalidad y por<br />

esto seguimos esclavos d<strong>el</strong> ego y d<strong>el</strong> dinego (en francés). Nada es casual<br />

Sancho; desde hace sólo unos miles de años todo es causal y hasta<br />

entonces y en <strong>el</strong> Multiverso paral<strong>el</strong>o ahora, desde siempre existe la<br />

realidad real.<br />

—Exclamar ¡qué casualidad! era una causalidad. Insistir en <strong>el</strong>lo era la<br />

causa que buscaba conectar con esta reacción. Para conocer a alguien,<br />

debes luchar con él. ¿A quién tengo <strong>el</strong> honor de conocer? —sonsacó<br />

Sancho.<br />

—Aunque dependa de quien me trate, la mayoría me conoce por<br />

<strong>César</strong> —respondió <strong>el</strong> hasta ahora desconocido.<br />

—¿Es un nombre o una distinción?<br />

—En mi caso es nombre y muy pocos han usurpado esta distinción.<br />

[Ver Gladiator en donde «<strong>el</strong> <strong>César</strong>» Cómodo, hijo d<strong>el</strong> estoico Marco<br />

Aur<strong>el</strong>io, y unos cuantos políticos, usurpan esa distinción al reb<strong>el</strong>de<br />

caballero Hispano de Mérida. ¿Por qué hablar d<strong>el</strong> emperador Marco<br />

Aur<strong>el</strong>io? Porque después de ver Gladiator, se entenderá que escribiera<br />

cosas así de los políticos: «Recibir impresiones por medio de la imagen es<br />

propio también de bestias; ser movido como un títere por los instintos<br />

corresponde también a las fieras, a los andróginos, a Fálaris y a Nerón.<br />

Pero tener a la int<strong>el</strong>igencia como guía hacia los deberes aparentes,<br />

pertenece también a los que no creen en los dioses, a los que abandonan<br />

su patria y a los que obran a su placer, una vez que han cerrado las<br />

puertas». Libro III, Meditaciones.]<br />

—Sé que existe la discreción pero como percibo su sentido común al<br />

margen de complejos civilizados —se excusaba Sancho—, déjeme<br />

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