El César vs. el Estado

—Quizá consideres que tienes el control de la transcripción
—afirmó el escudero— pero ¿quién controla el que la vayas a
transcribir? ¿Hay más programas como tú? ¿Por qué la vas a hacer si
va en contra de la lógica más elemental?
—Quizá la lógica está reñida con el sentido común y con la rebeldía.
—Puede ser pero nadie te querrá entender.
—La Rebelión es la que se encarga de ponernos a todos en pie. No
se trata de ti ni de mí, se trata de una reacción conjunta de la humanidad.
Puede que algunos tengamos que tirar del hilo y que otros hagan lo que
consideren que tienen que hacer.
—Nada —auguró Sancho.
—No tiene por qué. La reacción de los civilizombis puede
sorprendernos a todos; no sólo a los políticos sino incluso a los dioses
que suponen que tienen el control. ¿Recuerdas lo que ayer escuchaste al
Borbón?
—¡Joder César!, detalla a qué te refieres con el encuentro real porque
estuvimos despachando un buen rato.
—Hablasteis de la agudeza de los ciudadanos que no son tan simples
como aparentan. Saben perfectamente que está pasando algo y que no es
precisamente bueno pero se enrocan en la posición de pensar en su
único y particular bienestar (y el de su familia más directa) porque no
quieren hacer nada más. El subconsciente les excusa cambiando un
vocablo por otro: no quiero por «no puedo hacer nada». O sea, que ¡el
que venga atrás que arree!
—Entonces, ¿son agudos o «no pueden hacer nada»? —embistió el
escudero notando que podría haber cierta contradicción—. Si la
respuesta se va a acercar a la primera opción ¿por qué se dejan tratar por
los democráticos políticos de una manera tan torticera? Si al menos fuera
un Bokassa el que les obliga a acatar y callar… pero ¿siendo unos
democratizados parlanchines…? [Ver El último rey de Escocia. Investigar
qué ha sucedido con Odinga, el primo de Obama, que ha armado la de
dios en Kenia.]
—Estaban aletargados pero empiezan a despertar —contemporizó el
caballero—. Se necesita el catalizador.
—Existen demasiados despiertos que siguen dormidos; el que da
primero la cara la pone dos veces.
—O más.
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