El César vs. el Estado

los momentos deliciosos que acontecen durante el equilibrio inestable de
la vida civilizada.
Recordar la indignidad soportada o la decisión equivocada, vivir con
la envidia, la soberbia o el remordimiento, ser consciente de la
interpretación vital, reconocer las diferentes apariencias tras las que
camuflarse, observar los distintos personajes que conforman el ego o no
tomar decisiones en el momento adecuado, imposibilita la armonización
de la psique con el presente. Si la frustración sólo se produjera en
momentos de tensión o crispación, la reacción del caos quedaría disuelta
por la angustia del momento, pero la insoportable pesadez del estar
aparece porque hasta el más sublime de los instantes puede ser
boicoteado por el ego. Que el caos se pueda producir en cualquier
momento, es lo que otorga a la vida inestabilidad emocional, psíquica,
vital, personal o la que sea y lo que provoca inseguridad; que la razón de
esta inestabilidad sea el vivir de manera aparente, convierte el vivir en un
sin vivir. ¡No se puede estar a gusto ni cuando se está a gusto!
Una de las razones que induce a envolverse de apariencia es «el
miedo al qué dirán». El sapiens vive atareado en crear una identidad
postiza alentada por la interpretación que el ego hace sobre lo que los
demás vayan a juzgar en cuanto a los actos, conductas o reacciones con
las que proceda. Realmente, nadie sabe qué es lo que «el otro» va a
interpretar ni cómo va a traducir los comportamientos pero parece que
existe una manera unívoca de considerar las cosas que la mayoría se
empeña en reafirmar. La adicción a esta entelequia crea el statu quo de lo
«políticamente correcto» en el que participan subconscientemente los que
se relacionan bajo apariencias, es decir, casi todo el mundo; es tan
frecuente que cada uno tutele sus fachadas por encima de lo real que
nadie sabe cómo es ni cómo son los demás. ¿Qué tipo de relaciones se
pueden crear en este estado virtual del incontrolado ego?
Seguramente, los demás no se plantean casi nada sobre las tácticas de
la apariencia de los otros porque no tienen tiempo ni para diferenciar
cuándo están actuando de cuándo no están aparentando; pero la presión
psíquica que ejerce la señal de Matrix obliga a que el civilizombi se
emparanolle pensando en cómo agradar constantemente al otro aunque
no sepa cómo hacerlo, desconozca el resultado de la actuación o vaya en
contra de la paz y la armonía del sentido común.
Nunca se sabe qué es lo que puede complacer o molestar a los
demás; que el otro se tome algún comentario de manera personal no
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