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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

ir a la iglesia, la niña sólo elegía siguiendo los deseos de su hambriento corazón,<br />

escogió los zapatos rojos. La anciana tenía tan mala vista que no vio de qué color<br />

eran los zapatos y, por consiguiente, pagó el precio. El vicio zapatero le guiñó el<br />

ojo a la niña y envolvió los zapatos.<br />

Al día siguiente, los feligreses de la iglesia se quedaron asombrados al ver<br />

los pies de la niña. Los zapatos rojos brillaban como manzanas pulidas, como corazones,<br />

como ciruelas rojas. Todo el mundo los miraba; hasta los ¡conos de la<br />

pared, hasta las imágenes contemplaban los zapatos con expresión de reproche.<br />

Pero, cuanto más los miraba la gente, tanto más le gustaban a la niña. Por consiguiente,<br />

cuando el sacerdote entonó los cánticos y cuando el coro lo acompañó y<br />

el órgano empezó a sonar, la niña pensó que no había nada más bonito que sus<br />

zapatos rojos.<br />

Para cuando terminó aquel día, alguien había informado a la anciana acerca<br />

de los zapatos rojos de su protegida.<br />

—Jamás de los jamases vuelvas a ponerte esos zapatos rojos! —le dijo la<br />

anciana en tono amenazador.<br />

Pero al domingo siguiente la niña no pudo resistir la tentación de ponerse<br />

los zapatos rojos en lugar de los negros y se fue a la iglesia con la anciana como<br />

de costumbre.<br />

A la entrada de la iglesia había un viejo soldado con el brazo en cabestrillo.<br />

Llevaba una chaquetilla y tenía la barba pelirroja. Hizo una reverencia y pidió<br />

permiso para quitar el polvo de los zapatos de la niña. La niña alargó el pie y el<br />

soldado dio unos golpecitos a las suelas de sus zapatos mientras entonaba una<br />

alegre cancioncilla que le hizo cosquillas en las plantas de los pies.<br />

—No olvides quedarte para el baile —le dijo el soldado, guiñándole el ojo<br />

con una sonrisa.<br />

Todo el mundo volvió a mirar de soslayo los zapatos rojos de la niña. Pero a<br />

ella le gustaban tanto aquellos zapatos tan brillantes como el carmesí, tan brillantes<br />

como las frambuesas y las granadas, que apenas podía pensar en otra cosa<br />

y casi no prestó atención a la ceremonia religiosa. Tan ocupada estaba moviendo<br />

los pies hacia aquí Y hacia allá y admirando sus zapatos rojos que se olvidó<br />

de cantar.<br />

Cuando abandonó la iglesia en compañía de la anciana, el soldado herido le<br />

gritó:<br />

"¡Qué bonitos zapatos de baile!"<br />

Sus palabras hicieron que la niña empezara inmediatamente a dar vueltas.<br />

En cuanto sus pies empezaron a moverse ya no pudieron detenerse y la niña bailó<br />

entre los arriates de flores y dobló la esquina de la iglesia como si hubiera perdido<br />

por completo el control de sí misma. Danzó una gavota y después una czarda<br />

y, finalmente, se alejó bailando un vals a través de los campos del otro lado. El<br />

cochero de la anciana saltó del carruaje y echó a correr tras ella, le dio alcance Y<br />

llevó de nuevo al coche, pero los pies de la niña calzados con los zapatos rojos<br />

seguían bailando en el aire como si estuvieran todavía en el suelo. La anciana y el<br />

cochero tiraron y forcejearon, tratando de quitarle los zapatos rojos a la niña.<br />

Menudo espectáculo, ellos con los sombreros torcidos y la niña agitando las piernas,<br />

pero, al final, los pies de la niña se calmaron.<br />

De regreso a casa, la anciana dejó los zapatos rojos en un estante muy alto<br />

y le ordenó a la niña no tocarlos nunca más. Pero la niña no podía evitar contemplarlos<br />

con anhelo. Para ella seguían siendo lo más bonito de la tierra.<br />

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