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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

Es como lo del "Yo te doy esto y tú me darás aquello" del demonio, hacer un pacto<br />

sin saber.<br />

De esta manera, el que estaba destinado a ser el nutritivo y floreciente árbol<br />

de la psique pierde poder, pierde sus flores y su energía, se vende por una<br />

miseria, se ve obligado a desperdiciar su potencial sin comprender el trato que ha<br />

hecho. Todo el drama empieza casi siempre y afianza su poder fuera de la conciencia<br />

de la mujer.<br />

Sin embargo, hay que subrayar que es ahí donde empieza todo el mundo.<br />

En este cuento el padre representa el punto de vista del mundo exterior, el ideal<br />

colectivo que presiona a las mujeres para que se marchiten en lugar de ser salvajes.<br />

Aun así, no tienes por qué avergonzarte ni reprocharte nada si has malbaratado<br />

las floridas ramas. Sí, no cabe duda de que has sufrido por ello. Y es posible<br />

que hayas desperdiciado años e incluso décadas. Pero hay una esperanza.<br />

La madre del cuento de hadas anuncia a toda la psique lo que ha ocurrido.<br />

"Despierta! —le dice—. ¡Mira lo que has hecho!" El despertar es tan inmediato que<br />

hasta duele (6). Pero sigue siendo positivo, pues la insípida madre de la psique, la<br />

que antes había contribuido a diluir y amortiguar las sensaciones acaba de despertar<br />

a la horrible realidad del pacto. Ahora el dolor de la mujer es conciente. Y,<br />

cuando el dolor es conciente, la mujer puede hacer algo con él. Lo puede utilizar<br />

para aprender, fortalecerse y adquirir sabiduría.<br />

A largo plazo, habrá algo todavía más positivo. Aquello que se ha regalado<br />

se puede recuperar. Y puede volver a ocupar el lugar que le corresponde en la<br />

psique. Ya lo verás.<br />

La segunda fase: El desmembramiento<br />

En la segunda fase del cuento los padres regresan a casa derramando<br />

amargas lágrimas sobre sus ricos ropajes. A los tres años el demonio se presenta<br />

para llevarse a la hija. Ésta se ha bañado y se ha puesto una túnica blanca. Se<br />

sitúa en el centro del níveo círculo de tiza que ha trazado a su alrededor. Cuando<br />

el demonio se inclina hacia ella para agarrarla, una fuerza invisible lo arroja al<br />

otro lado del patio. Entonces el demonio le ordena que no se bañe y ella se convierte<br />

en una especie de bestia. Pero las lágrimas le mojan las manos y el demonio<br />

tampoco la puede tocar. Entonces éste ordena al padre que le corte las manos<br />

para que no pueda limpiárselas con las lágrimas. Su padre la mutila y así termina<br />

la vida que ella había conocido hasta entonces. Pero llora sobre los muñones<br />

de sus brazos y, al no poder apoderarse de ella, el demonio se da por vencido.<br />

La hija lo hace extremadamente bien teniendo en cuenta las circunstancias.<br />

Pero nos quedamos como petrificadas cuando superamos esta fase, nos damos<br />

cuenta de lo que nos han hecho y nos percatamos de que hemos cedido a la<br />

voluntad del depredador y del atemorizado padre y por esta causa nos hemos<br />

quedado mancas.<br />

A continuación, el espíritu reacciona moviéndose cuando nosotras nos movemos,<br />

inclinándose hacia delante cuando nosotras lo hacemos, caminando<br />

cuando caminamos, pero lo hace todo sin la menor sensibilidad. Nos quedamos<br />

petrificadas cuando nos damos cuenta de lo que ha ocurrido y nos horroriza tener<br />

que cumplir el pacto. Creemos que nuestras estructuras paternales internas<br />

tienen que permanecer en perenne estado de alerta, reaccionar como es debido y<br />

proteger a la floreciente psique. Pero ahora vemos lo que sucede cuando no lo<br />

hacen.<br />

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