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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

Janis Joplin, la cantante de blues de los años sesenta, es un buen ejemplo<br />

de mujer fiera cuyos instintos resultaron heridos por las fuerzas que aplastaron<br />

su espíritu. Su vida creativa, su inocente curiosidad, su amor a la vida y su actitud<br />

un tanto irreverente en relación con el mundo en los años de su desarrollo<br />

fueron despiadadamente censurados por sus profesores y por muchas de las personas<br />

que la rodeaban en la sureña comunidad baptista blanca de su época, en<br />

la que tanto se ensalzaban las virtudes de la "buena chica".<br />

A pesar de que era una excelente estudiante y una pintora de considerable<br />

talento, las demás chicas la sometieron a ostracismo por no llevar maquillaje (7) y<br />

lo mismo hicieron sus vecinos por su afición a subir a la cumbre de una rocosa<br />

colina de las afueras de la ciudad para cantar con sus amigos y por su interés<br />

por la música de jazz. Cuando al final huyó al mundo del blues, estaba tan muerta<br />

de hambre que ya no supo comprender cuándo tenía que detenerse. Sus límites<br />

eran muy inestables, es decir, carecía de límites en cuestión de sexo, alcohol y<br />

drogas (8).<br />

Hay algo en Bessie Smith, Anne Sexton, Edith Piaf, Marilyn Monroe y Judy<br />

Garland que sigue la misma pauta de instinto herido que es propia del hambre<br />

del alma: el intento de "encajar", su conversión en alcoholizadas, su incapacidad<br />

de detenerse (9). Podríamos elaborar una lista muy larga de mujeres de talento<br />

con el instinto herido que, en el vulnerable estado en que se encontraban, tomaron<br />

unas decisiones muy desacertadas. Como la niña del cuento, todas ellas perdieron<br />

por el camino sus zapatillas hechas a mano y llegaron hasta los perjudiciales<br />

zapatos rojos. Todas se morían de tristeza, pues estaban hambrientas de<br />

alimento espiritual, de relatos del alma, de naturales vagabundeos, de adornos<br />

personales de acuerdo col 'u' necesidades, de aprendizaje divino y de una sana y<br />

sencilla sexualidad. Pero eligieron sin querer los zapatos malditos —las creencias,<br />

las acciones, las ideas que provocaron el progresivo deterioro de su vida— y éstos<br />

las convirtieron en unos espectros entregados a una danza enloquecida.<br />

No puede subestimarse la posibilidad de que la lesión del instinto sea la<br />

causa de la conducta de las mujeres cuando éstas se comportan como si estuvieran<br />

locas, cuando se sienten dominadas por las obsesiones o se quedan atascadas<br />

en unas pautas de conducta menos perjudiciales, pero no por ello menos<br />

destructivas. La curación de los instintos heridos empieza con el reconocimiento<br />

de que se ha producido una captura seguida de un hambre del alma y que se han<br />

alterado los límites de la perspicacia y la protección. El proceso que dio lugar a la<br />

captura de una mujer y a la consiguiente hambre del alma se tiene que invertir.<br />

Pero, primero, muchas mujeres pasan por las siguientes fases que se describen<br />

en el cuento.<br />

Trampa 5: El subrepticio intento<br />

de llevar una vida secreta, de estar dividida en dos<br />

En esta parte del cuento la niña va a ser confirmada y la llevan al zapatero<br />

para que le haga unos zapatos. El tema de la confirmación es un añadido relativamente<br />

moderno. Desde un punto de vista arquetípico, es muy probable que<br />

"Las zapatillas rojas" sea un fragmento repetidamente retocado de un relato o un<br />

mito mucho más antiguo acerca del inicio de la menarca y de una vida menos<br />

protegida por la madre; en el caso de una joven a la que, en años anteriores, sus<br />

parientes de sexo femenino han enseñado a ser conciente y a reaccionar ante el<br />

mundo exterior (10).<br />

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