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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

anestesiadora de las mujeres. Conozco a mujeres dotadas de unas voces bellísimas<br />

y a otras que son unas extraordinarias narradoras de cuentos; casi todo lo<br />

que sale de sus bocas posee lozanía y está elegantemente cincelado. Pero ellas se<br />

sienten en cierto modo aisladas o privadas de sus derechos. Su timidez constituye<br />

a menudo la tapadera de un animus medio muerto de hambre. Les cuesta<br />

comprender que cuentan con el apoyo interior o con el de los amigos, la familia o<br />

la comunidad.<br />

Para evitar ser la vendedora de fósforos, se tiene que emprender una acción<br />

importante. Cualquier persona que no apoye tu arte o tu vida no merece que tú le<br />

dediques tiempo. Muy duro pero cierto. De otro modo, la mujer pasa directamente<br />

a vestir los andrajos de la niña de las cerillas y se ve obligada a vivir una cuarta<br />

parte de su vida que congela todos sus pensamientos, su esperanza, sus cualidades,<br />

escritos, obras teatrales, diseños o danzas.<br />

El calor tendría que ser el principal objetivo de la vendedora de fósforos. Pero<br />

en el cuento no lo es. En su lugar la niña intenta vender las cerillas, su fuente<br />

de calor. Al hacerlo así, deja lo femenino con menos calor, menos riqueza y menos<br />

sabiduría y sin posibilidad de ulterior desarrollo.<br />

El calor es un misterio. En cierto modo nos sana y nos engendra. Es el relajador<br />

de las cosas demasiado tensas, favorece la corriente, la misteriosa ansia de<br />

ser, el virginal vuelo de las nuevas ideas. Cualquier cosa que sea, el calor nos<br />

atrae cada vez más.<br />

La niña de las cerillas no está en un ambiente propicio para su crecimiento.<br />

No hay calor, no hay combustible, no hay leña. ¿Qué podríamos hacer si estuviéramos<br />

en su lugar? Primero, podríamos abstenernos de perder el tiempo con el<br />

reino de la fantasía que la niña de las cerillas construye encendiendo sus fósforos.<br />

Hay tres clases de fantasías. La primera es la fantasía del placer, una forma<br />

de helado mental estrictamente destinada al gozo como son, por ejemplo, los ensueños.<br />

La segunda clase de fantasía es la imaginación deliberada. Este tipo de<br />

fantasía es como una sesión de planificación. Se utiliza como vehículo para conducimos<br />

a la acción. Todos los acontecimientos —psicológicos, espirituales, financieros<br />

y creativos— empiezan con fantasías de esta clase. La tercera clase de<br />

fantasía es la que lo paraliza todo. Es la fantasía que impide emprender la acción<br />

más acertada en los momentos críticos.<br />

Por desgracia, ésta es la que teje la vendedora de fósforos. Se trata de una<br />

fantasía que no tiene nada que ver con la realidad. Tiene que ver más bien con la<br />

sensación de que no se puede hacer nada o de que algo es demasiado difícil de<br />

hacer, por cuyo motivo es mejor que una se hunda en las fantasías. A veces la<br />

fantasía está en la mente de la mujer. Otras veces le viene a través de una botella<br />

de alcohol, una jeringuilla o la ausencia de ella. Otras veces el vehículo es el<br />

humo de un porro o muchas habitaciones olvidables con cama y desconocido incorporados.<br />

Las mujeres en estas situaciones interpretan el papel de la niña de<br />

las cerillas en las fantasías de cada noche y todos los amaneceres se despiertan<br />

muertas por congelación. Hay muchas maneras de perder la meta y la concentración.<br />

¿Cómo se puede invertir esta situación y recuperar la estima espiritual y el<br />

amor propio? Tenemos que buscar algo muy distinto de lo que buscaba la pequeña<br />

vendedora de fósforos. Tenemos que llevar nuestras ideas a un lugar donde se<br />

les preste apoyo. Este gigantesco paso va de la mano de la concentración en un<br />

objetivo: la búsqueda de alimento. Pocas de nosotras somos capaces de crear a<br />

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