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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

tuación en la vida cotidiana, de acuerdo con el Yo—hijo de la mujer recién iniciada.<br />

La frase del cuento en la que se dice que el rostro del rey se cubre con el velo<br />

mientras duerme es probablemente otro vestigio de los antiguos ritos mistéricos.<br />

Hay en Grecia una hermosa escultura que lo representa: un iniciado cubierto<br />

con un velo que inclina la cabeza como si estuviera descansando o esperando<br />

el sueño (35). Ahora comprendemos que el animus no puede actuar por debajo del<br />

nivel de conocimientos de la mujer, so pena de que ésta vuelva a dividirse entre lo<br />

que siente y sabe interiormente y la manera en que, por medio de su animus, se<br />

comporta por fuera. De ahí la necesidad de que el animus vague sin rumbo por la<br />

selva con su naturaleza masculina.<br />

No es de extrañar que tanto la doncella como el rey se vean obligados a caminar<br />

por los territorios psíquicos en los que tienen lugar semejantes procesos,<br />

pues éstos sólo pueden aprenderse en la naturaleza salvaje, junto a la piel de la<br />

Mujer Salvaje. Es normal que la mujer iniciada descubra que su amor subterráneo<br />

por la naturaleza salvaje aflora a la superficie de su vida en el mundo de<br />

arriba. Psíquicamente está envuelta en el aroma del fuego de leña. Es normal que<br />

empiece a comportarse aquí de acuerdo con lo que ha aprendido allí.<br />

Una de las características más sorprendentes es el hecho de que la mujer<br />

que está pasando por este proceso sigue haciendo todo lo que habitualmente<br />

hacía en la vida exterior: amando a sus amantes; dando a luz a sus hijos; persiguiendo<br />

a los hijos; persiguiendo el arte; persiguiendo palabras; llevando comida,<br />

pinturas, maderas; peleándose por esto o por aquello; enterrando a los muertos;<br />

cumpliendo todas las tareas cotidianas mientras realiza su profundo y lejano viaje.<br />

Al llegar a este punto, la mujer suele debatirse entre dos direcciones contrarias,<br />

pues de pronto experimenta el impulso de vadear la selva como si ésta<br />

fuera un río y de nadar por la hierba, trepar a lo alto de un peñasco y sentarse de<br />

cara al viento. Es un momento en que un reloj interior da una hora que obliga a<br />

la mujer a experimentar la súbita necesidad de un ciclo que pueda considerar<br />

suyo, de un árbol cuyo tronco pueda rodear con sus brazos, de una roca contra<br />

la que pueda apoyar la mejilla. Pero tiene que seguir viviendo también su vida de<br />

arriba.<br />

Hay que decir en su honor que, por más que muchas veces lo desee, la mujer<br />

no sube a su coche y se echa a la carretera en dirección al ocaso. Por lo menos,<br />

no con carácter permanente, pues esta vida exterior es precisamente la que<br />

ejerce en ella la cantidad de presión necesaria para que pueda seguir adelante<br />

con las tareas del mundo subterráneo. Durante este período es mejor permanecer<br />

en el mundo que abandonarlo, pues la tensión es más beneficiosa y da lugar a<br />

una valiosa vida profundamente distinta que no se podría conseguir de ninguna<br />

otra manera.<br />

Vemos por tanto al animus en pleno proceso de transformación, preparándose<br />

para ser un digno compañero de la doncella y el Yo—hijo. Al final han conseguido<br />

reencontrarse y regresan junto a la anciana madre, la madre sabia, la<br />

que lo soporta todo, la que ayuda con su ingenio y su sabiduría. Y los tres se<br />

reúnen y se quieren.<br />

El intento de lo demoníaco de apoderarse del alma ha fracasado irremisiblemente.<br />

La resistencia del alma se ha enfrentado a la prueba y la ha superado. La<br />

mujer pasa por este ciclo una vez cada siete años, la primera vez muy débilmente,<br />

una vez por lo menos con gran esfuerzo y más tarde de una manera más bien<br />

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