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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

—¿Y el niño? —preguntó la vieja foca—. ¿Y mi nieto? —continuó la vieja foca<br />

macho.<br />

Lo dijo con tanto orgullo que hasta le tembló la voz.<br />

—Tiene que regresar, padre. No puede quedarse aquí. Aún no ha llegado el<br />

momento de que esté aquí con nosotros.<br />

Y se echó a llorar. Y juntos lloraron los dos.<br />

Transcurrieron unos cuantos días y noches, siete para ser más exactos,<br />

durante los cuales el cabello y los ojos de la mujer foca recuperaron el brillo. Adquirió<br />

un precioso color oscuro, recobró la vista y las redondeces del cuerpo y<br />

pudo nadar sin ninguna dificultad. Pero llegó el día del regreso del niño a la tierra.<br />

Aquella noche el viejo abuelo foca y la hermosa madre del niño, nadaron<br />

flanqueando al niño. Regresaron subiendo cada vez más alto hasta llegar al mundo<br />

de arriba. Allí depositaron suavemente a Ooruk en la pedregosa orilla bajo la<br />

luz de la luna.<br />

Su madre le aseguró:<br />

—Yo estoy siempre contigo. Te bastará con tocar lo que yo haya tocado, mis<br />

palillos de encender el fuego, mi ulu, cuchillo, mis nutrias y mis focas labradas en<br />

piedra para que yo infunda en tus pulmones un aliento que te permita cantar tus<br />

canciones.<br />

La vieja foca macho y su hija besaron varias veces al niño. Al final, se apartaron<br />

de él y se adentraron nadando en el mar. Tras mirar por última vez al niño,<br />

desaparecieron bajo las aguas. Y Ooruk se quedó porque todavía no había llegado<br />

su hora.<br />

Con el paso del tiempo el niño se convirtió en un gran cantor e inventor de<br />

cuentos que, además, tocaba muy bien el tambor y decía la gente que todo se debía<br />

a que de pequeño había sobrevivido a la experiencia de ser transportado al<br />

mar por los grandes espíritus de las focas. Ahora, en medio de las grises brumas<br />

matinales, se le puede ver algunas veces con su kayak amarrado, arrodillado en<br />

cierta roca del mar, hablando al parecer con cierta foca que a menudo se acerca a<br />

la orilla. Aunque muchos han intentado cazarla, han fracasado una y otra vez. La<br />

llaman Tanqigcaq, la resplandeciente, la sagrada, y dicen que, a pesar de ser una<br />

foca, sus ojos son capaces de reproducir las miradas humanas, aquellas sabias,<br />

salvajes y amorosas miradas.<br />

∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼<br />

La pérdida del sentido del alma como iniciación<br />

La foca es uno de los símbolos más bellos del alma salvaje. Como la naturaleza<br />

instintiva de las mujeres, las focas son unas criaturas muy curiosas que han<br />

evolucionado y se han adaptado a lo largo de los siglos. Como la mujer foca, las<br />

verdaderas focas sólo se acercan a la tierra para alumbrar y alimentar a sus crías.<br />

La madre foca se entrega con todas sus fuerzas al cuidado de su cría durante<br />

unos dos meses, amándola, defendiéndola y alimentándola exclusivamente con<br />

las reservas de su cuerpo. Durante este período la cría de foca de unos doce kilos<br />

cuadruplica su peso. Entonces la madre se adentra en el mar y la cría ya desarrollada<br />

inicia una vida independiente.<br />

Entre los grupos étnicos de todo el mundo, muchos de ellos pertenecientes<br />

a la región circumpolar y al África Occidental, se dice que los eres humanos no<br />

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