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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

lo destapa y arroja su contenido a su espalda mientras corre. Las gotitas se convierten<br />

en una inundación que dificulta el avance de su perseguidor.<br />

En el cuento, la joven derrama abundantes lágrimas sobre sus muñones y<br />

el demonio se siente repelido por el campo de fuerzas que la rodea. No puede<br />

apoderarse de ella tal como pretendía. Aquí las lágrimas son el "objeto arrojado",<br />

la muralla de agua que aleja al demonio, no porque el demonio se conmueva o se<br />

ablande al ver las lágrimas —no se conmueve—, sino porque las lágrimas sinceras<br />

poseen una pureza que quiebra su poder. Y nosotras comprobamos la veracidad<br />

de este aserto cuando lloramos con toda nuestra alma porque no vemos en el<br />

horizonte más que oscuridad y desolación y, sin embargo, las lágrimas nos salvan<br />

de morir inútilmente abrasadas (17).<br />

La hija tiene que sufrir. Me asombra lo poco que lloran las mujeres hoy en<br />

día y que, encima, lo hagan como pidiendo perdón. Me preocupa que la vergüenza<br />

o el desuso nos esté arrebatando esta función tan natural. Ser un árbol florido y<br />

húmedo es esencial, pues, de lo contrario, nos rompemos. Llorar es bueno y está<br />

bien. No resuelve el dilema, pero permite que el proceso continúe y no se interrumpa.<br />

Ahora la vida de la doncella tal y como ella la ha conocido, su comprensión<br />

de la vida hasta aquel momento, ha tocado a su fin y ella desciende a otro<br />

nivel del mundo subterráneo. Y nosotras seguimos sus huellas. Seguimos adelante<br />

a pesar de que somos vulnerables y estamos tan privadas de la protección del<br />

ego como un árbol al que le han arrancado la corteza. Pero somos poderosas,<br />

pues hemos aprendido a arrojar al demonio al otro lado del patio.<br />

En este momento vemos que sea lo que fuere que hagamos en la vida, los<br />

planes de nuestro ego se nos escapan de las manos. Habrá un cambio en nuestra<br />

vida, un cambio muy grande cualesquiera que sean los bonitos planes que haya<br />

forjado este pequeño y temperamental director de escena para la siguiente fase.<br />

Nuestro poderoso destino empieza a gobernar nuestra vida, no el molino, no el<br />

barrido del patio, no el sueño. Nuestra vida tal y como la conocíamos ha tocado a<br />

su fin. Queremos estar solas y quizá que nos dejen en paz. Ya no podemos confiar<br />

en la paternal cultura dominante; por primera vez estamos en pleno aprendizaje<br />

de lo que es nuestra verdadera vida. Y seguimos adelante.<br />

Es un período en el que todo lo que valoramos pierde su alegre ritmo. Jung<br />

nos recuerda el término utilizado por Heráclito, enantiodromia, es decir, la corriente<br />

hacia atrás. Pero esta corriente hacia atrás puede ser algo más que una<br />

regresión al inconciente personal; puede ser un sincero regreso a los antiguos valores<br />

factibles, a unas ideas más hondamente sentidas (18). Si entendemos esta<br />

fase de la iniciación en la resistencia como un paso hacía atrás, conviene que<br />

también la consideremos un paso de diez leguas más hacía el profundo reino de<br />

la Mujer Salvaje.<br />

Todo ello hace que el demonio se largue con el rabo entre las piernas. En<br />

este sentido, cuando una mujer se da cuenta de que ha perdido el contacto, su<br />

habitual manera de ver el mundo, sigue siendo poderosa gracias a la pureza de<br />

su alma y fuerte gracias a su empeño en seguir sufriendo, lo cual provoca la retirada<br />

de aquello que deseaba destruirla.<br />

El cuerpo psíquico ha perdido sus valiosas manos, es cierto. —Pero el resto<br />

de la psique compensará la pérdida. Conservamos unos pies que conocen el camino,<br />

una mente espiritual que nos permite ver muy lejos, unos pechos y un<br />

vientre que sienten exactamente igual que el exótico y enigmático vientre de la<br />

diosa Baubo, que es el símbolo de la profunda naturaleza instintiva de las muje-<br />

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