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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

do, sino que es más bien algo así como estar dentro de una caja cerrada sin ventanas.<br />

Por consiguiente, cuando una mujer entra en la casa de la anciana reseca,<br />

pierde la determinación y experimenta el efecto de unas emanaciones nocivas, del<br />

tedio, de las simples depresiones y de unos repentinos estados de ansiedad similares<br />

a los síntomas que registran los animales cuando la captura y los traumas<br />

los han dejado aturdidos.<br />

Una excesiva domesticación apaga los fuertes y fundamentales impulsos<br />

del juego, de la relación, el enfrentamiento con las dificultades, el vagabundeo, la<br />

comunicación, etc. Cuando una mujer accede a ser demasiado "bien educada",<br />

los instintos de estos impulsos se ocultan en su más oscuro inconciente, lejos de<br />

su alcance automático. Se dice entonces que sus instintos están heridos. Lo que<br />

tendría que producirse de una manera natural no se produce en absoluto o sólo<br />

se produce después de demasiados tirones y sacudidas, explicaciones racionales<br />

y luchas consigo misma.<br />

Al definir el exceso de domesticación con el término de captura, no me refiero<br />

a la socialización, es decir, al proceso mediante el cual se enseña a los niños<br />

a comportarse de una manera más o menos civilizada. El desarrollo social reviste<br />

una importancia decisiva. Sin él, una mujer no podría abrirse camino en el mundo.<br />

Pero un exceso de domesticación es como prohibir bailar a la esencia vital.<br />

En el estado saludable que le es propio, el yo salvaje no es dócil ni estúpido. Está<br />

alerta y reacciona en cualquier momento y ante cualquier movimiento. No está<br />

encerrado en una sola pauta absoluta y repetida, válida para todas las circunstancias.<br />

Tiene una opción creativa. La mujer cuyo instinto está herido no tiene<br />

ninguna opción. Simplemente se queda atascada.<br />

Hay muchas maneras de quedarse atascada. La mujer que tiene el instinto<br />

herido suele delatarse porque le cuesta pedir ayuda o reconocer sus propias necesidades.<br />

Sus instintos naturales de lucha o de huida están drásticamente reducidos<br />

o se han extinguido. El reconocimiento de las sensaciones de satisfacción,<br />

disgusto, recelo y cautela y el impulso de amar plena y libremente están inhibidos<br />

o exagerados.<br />

Como en el cuento, uno de los más insidiosos ataques al yo salvaje consiste<br />

en inducir a la mujer a comportarse como es debido dándole a entender que recibirá<br />

una (hipotética) recompensa. Aunque este método puede (subrayo el "puede")<br />

inducir transitoriamente a una niña de dos años a ordenar su habitación (y a no<br />

tocar sus juguetes hasta que no haya hecho la cama) (6), jamás de los jamases<br />

dará resultado en la existencia de una mujer vital. A pesar de que la coherencia,<br />

el cumplimiento de una acción hasta el final y la organización son esenciales para<br />

el desarrollo de la vida creativa, la perentoria orden de la anciana de comportarse<br />

"con corrección" destruye cualquier oportunidad de desarrollo.<br />

La arteria central, el núcleo, el tronco cerebral de la vida creativa es el juego,<br />

no la corrección. El impulso de jugar es un instinto. Si no hay juego, no hay<br />

vida creativa. Si eres buena, no hay vida creativa, Si te sientas quietecita, no hay<br />

vida creativa. Si sólo hablas, piensas y actúas con discreción, habrá muy poco<br />

jugo creativo. Cualquier grupo, sociedad, institución u organización que anime a<br />

la mujer a denostar lo excéntrico; a recelar de lo nuevo e insólito; a evitar lo ardiente,<br />

lo vital, lo innovador; a despersonalizar lo personal, está pidiendo una<br />

cultura de mujeres muertas.<br />

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