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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

que. Algo ocurre en nuestro interior cuando nos encontramos en esta situación,<br />

algo que genera un estado emocional, una minúscula nueva vida, una pequeña<br />

llama que arde en condiciones imperfectas, difíciles e incluso inhumanas.<br />

El hijo espiritual es la niña milagrosa, que tiene la capacidad de oír la llamada,<br />

la lejana voz que nos dice ya es hora de regresar a nosotras mismas. El<br />

niño es una parte de nuestra naturaleza medial que nos apremia, pues es capaz<br />

de oír la llamada cuando ésta se produce. Es el niño que se despierta del sueño,<br />

se levanta de la cama, sale a la ventosa noche y baja corriendo al embravecido<br />

mar que nos induce a afirmar "Pongo a Dios por testigo de que seguiré por este<br />

camino", o "Resistiré", o "No me desviaré", o "Encontraré la manera de seguir adelante".<br />

Es el hijo quien le devuelve a su madre la piel de foca, la piel del alma. Es él<br />

quien le permite regresar a su casa. Este hijo es un poder espiritual que nos induce<br />

a seguir adelante con nuestra importante tarea, a rechazar algo, a cambiar<br />

nuestra vida, a mejorar nuestra comunidad, a colaborar en el empeño de equilibrar<br />

el mundo, todo ello gracias a nuestro regreso a casa. Si una mujer desea<br />

participar en estas cosas, es necesario que tenga lugar el difícil matrimonio entre<br />

el alma y el ego y tiene que nacer el hijo espiritual. Los objetivos del dominio son<br />

la recuperación y el regreso.<br />

Cualesquiera que sean las circunstancias de una mujer, el hijo espiritual,<br />

la vieja foca que surge del mar llamando a su hija para que regrese a casa y el<br />

ancho mar siempre están cerca. Siempre. Incluso en lugares y momentos en los<br />

que menos cabría esperar su presencia.<br />

Desde el año 1971 me dedico a enseñar a escribir como práctica de meditación<br />

en prisiones y penales de todo el país. En un viaje que hice a una prisión<br />

federal de mujeres con un grupo de sanadoras/artistas (7) para montar representaciones<br />

y enseñar a una sección de cien mujeres que estaban participando con<br />

profundo interés en un programa de desarrollo espiritual que allí se había organizado,<br />

vi como de costumbre muy pocas mujeres "curtidas" y varias docenas de<br />

mujeres en distintas fases de mujer—foca. Muchas de ellas habían sido "capturadas"<br />

en sentido figurado pero también literal por culpa de unas decisiones tremendamente<br />

ingenuas. Cualesquiera que fueran las causas de su permanencia<br />

allí y a pesar de las condiciones fuertemente limitadas en las que vivían, cada<br />

una de ellas se encontraba visiblemente en vías de crear un hijo espiritual, cuidadosa<br />

y dolorosamente formado con su propia carne y sus propios huesos. Cada<br />

unas de ellas estaba buscando también su piel de foca; cada una se encontraba<br />

en pleno proceso de recordar el camino de regreso a casa.<br />

Una artista de nuestro grupo, una joven violinista negra llamada India<br />

Cook tocó para las mujeres. Nos encontrábamos en un patio al aire libre, hacía<br />

mucho frío y el viento aullaba alrededor del telón de fondo del escenario sin techo.<br />

La violinista colocó el arco sobre las cuerdas de su violín eléctrico e interpretó<br />

una conmovedora pieza musical en clave menor. Su violín estaba llorando de<br />

verdad. Una corpulenta india lakota me aporreó el brazo y murmuró con la voz<br />

ronca a causa de la emoción:<br />

—Este sonido... este violín está abriendo la puerta de un lugar que tengo<br />

dentro. Pensaba que estaba cerrada para siempre.<br />

La expresión de su ancho rostro era de etérea perplejidad. Se me partió el<br />

corazón pero en sentido positivo, pues comprendí que cualquier cosa que le<br />

hubiera ocurrido —y le habían ocurrido muchas—, aún podía oír el grito del mar,<br />

la llamada desde su casa.<br />

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